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José Martí - Nuestra América - Fundación Infocentro

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igual que las aves de su selva, prefieren morir a ser esclavos. No quieren creer<br />

en las virtudes eficaces de la evolución progresiva: para ellos, no hay más<br />

salvación que la revolución violenta. Pero para un país son malos cimientos<br />

las pasiones que la guerra crea.<br />

Por medio de una constitución política esperan aliviar sus desgracias y<br />

obtener el desarrollo de la nación, sin ver que no serán bastante fuertes para<br />

tener una constitución política respetada y duradera sino cuando sean<br />

bastante trabajadores y bastante ricos para que el interés general ordene y<br />

preserve la fórmula de las libertades que hayan de garantizarla.<br />

Hemos tomado estos informes en el propio terreno; venimos de esa tierra<br />

que vio nacer a Bolívar, aquel hombre a quien Washington amó, y que<br />

fue menos feliz que él, pero tan grande como él: nuestros caballos han pastado<br />

la yerba que ya antes habían comido los caballos de aquel formidable<br />

héroe, cuyas proezas deslumbran como relámpagos, cuyos soldados sin<br />

más naves que sus inquietos corceles de guerra, lanzáronse al mar, sitiaron<br />

y apresaron a los barcos españoles: venimos de esa tierra en que nació el intrépido<br />

centauro, el hombre de la casaca roja, de ancho corazón, de mirada<br />

centelleante, que murió entre nosotros hace algunos años, –<strong>José</strong> Antonio<br />

Páez. Llegamos de Venezuela, aún maravillada la vista ante tantas obras<br />

maestras de la Naturaleza, esperanzados de nuevo al ver los generosos esfuerzos<br />

que hace el país para repoblar sus bosques, renovar sus ciudades,<br />

acreditar sus puertos y abrir sus ríos al mundo; –y con el corazón entristecido<br />

por las razones históricas que harán subsistir por algún tiempo aún, en<br />

esa tan hermosa región, los odios que la roen, la pobreza que la debilita, la<br />

lucha pueril e indigna entre una casta desdeñosa y dominadora que se opone<br />

al advenimiento a la vida de las clases inferiores, –y esas clases inferiores<br />

que enturbian con sus excesos de pasiones y de apetitos la fuente pura de<br />

sus derechos. La libertad no es una bandera a cuya sombra los vencedores<br />

devoran a los vencidos y los abruman con su incansable rencor: la libertad<br />

es una loca robusta que tiene un padre, el más dulce de los padres –el<br />

amor– y una madre, la más rica de las madres –la paz. Sin mutuo amor, sin<br />

mutua ayuda, siempre será un país raquítico. La dicha es el premio de los<br />

que crean, –y no de los que se destruyen.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

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