REVISTA CINECLUB UNED:Maquetación 1
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Roman<br />
Polanski<br />
Ángel García Romero<br />
“Roman era una presencia insaciable en el plató.<br />
Sentía un interés voraz por todas las cuestiones técnicas:<br />
la iluminación, la película, la óptica de la cámara;<br />
por otra parte no le interesaban en absoluto<br />
los temas que nos obsesionaban al resto de nosotros,<br />
como la política, la posición de Polonia en el<br />
mundo y, especialmente, nuestro pasado histórico<br />
más reciente. Siempre veía lo que había delante de<br />
él, nunca lo que había quedado atrás, con los ojos<br />
fijos en un futuro que ya parecía precipitarse a una<br />
velocidad de vértigo. Y para él, el futuro estaba<br />
afuera, en el mundo, y sobre todo en Hollywood,<br />
que, ya por aquel entonces, él equiparaba con el estándar<br />
mundial del cine. Destacaba absolutamente<br />
por encima de todos nosotros.”<br />
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ANDRZEJ WAJDA<br />
Cineasta sin patria<br />
Si hubiera nacido veinte años antes, Roman Polanski<br />
se habría convertido, con toda probabilidad,<br />
en uno de los numerosos artistas judíos<br />
emigrados a Norteamérica durante los años previos<br />
a la Segunda Guerra Mundial. Con el ascenso<br />
de Hitler al poder, y tras un periodo de<br />
incertidumbre durante el cual el antisemitismo<br />
se instauró oficialmente en los territorios ocupados<br />
por la Alemania nazi, multitud de intelectuales<br />
decidieron abandonar Europa y refugiarse<br />
en los Estados Unidos, en un principio huyendo<br />
de la creciente falta de libertad, y más tarde por<br />
un simple instinto de supervivencia. Compositores,<br />
fotógrafos, escenógrafos, guionistas y directores<br />
de cine fueron recibidos en Hollywood<br />
con los brazos abiertos, y sus múltiples talentos<br />
ayudaron en buena medida a fortalecer y mitificar<br />
el imperio cinematográfico de “la meca del<br />
cine”. Sin embargo, mientras tantos y tantos artistas<br />
emigraban a tierras más amables y comprensivas,<br />
Polanski era todavía un niño,<br />
ignorante no sólo de la debacle histórica que estaba<br />
a punto de eclosionar, sino también de que<br />
su apellido acabaría convirtiéndose en uno de<br />
los más emblemáticos de la historia del cine.<br />
A diferencia de sus antecesores europeos asimilados<br />
por la maquinaria hollywoodiense, Polanski,<br />
dada su dramática trayectoria vital a una<br />
edad tan temprana, quedó forzosamente desubicado,<br />
permitiendo que su cine se mantuviera<br />
alejado de cualquier encasillamiento geográfico.<br />
Es por ello que sus películas ostentan diversas<br />
nacionalidades según el momento y el lugar en<br />
que fueron rodadas. Al contrario que su amigo<br />
el veterano Andrzej Wajda, Polanski nunca ha<br />
sido un abanderado del cine social polaco –las<br />
autoridades de aquel país estuvieron a punto de<br />
vetar El cuchillo en el agua (1962)–; tampoco se le<br />
considera, a pesar de los éxitos cosechados en<br />
Hollywood –La semilla del diablo (1968), Chinatown<br />
(1974)–, un cineasta “americano” como sí<br />
lo fueron Billy Wilder o Fritz Lang; sus largometrajes<br />
producidos en suelo británico –Repulsión<br />
(1965), Callejón sin salida (1966), El baile de los<br />
vampiros (1966), Macbeth (1971)– se desmarcan<br />
por completo de las temáticas o estilos característicos<br />
del academicismo inglés o el rupturista<br />
free cinema; lo mismo se puede decir de su periplo<br />
francés –El quimérico inquilino (1976), Tess<br />
(1979), Piratas (1986)–, italiano –¿Qué? (1972)– o<br />
A sus 75 años Roman Polanski<br />
sigue siendo un cineasta sin patria,<br />
dueño de un estilo inconfundible a<br />
la hora de escribir y rodar sus películas,<br />
y con unas constantes temáticas,<br />
formales y conceptuales que<br />
le permiten ostentar con orgullo el<br />
título de autor cinematográfico<br />
incluso español –La novena puerta (1999)–. A sus<br />
75 años Roman Polanski sigue siendo un cineasta<br />
sin patria, dueño de un estilo inconfundible a la<br />
hora de escribir y rodar sus películas, y con unas<br />
constantes temáticas, formales y conceptuales<br />
que le permiten ostentar con orgullo el título de<br />
autor cinematográfico. Título que, por otra parte<br />
y en su caso, debe matizarse con el honroso subtítulo<br />
de artesano, por cuanto esto expresa de<br />
conocimiento amplio y enormemente eficaz de<br />
un oficio. A estas alturas Polanski no es sólo un<br />
apellido polaco; ni siquiera el nombre de un director<br />
de cine. Conozcamos o no sus películas,<br />
apreciemos o detestemos su obra, Polanski es,<br />
como también sucede con Hitchcock, Kubrick,<br />
Truffaut o Fellini, una firma, un sello, un símbolo<br />
de la expresión más elevada del séptimo arte.