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Amadís y don Quijote - Centro Virtual Cervantes - Instituto Cervantes

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AMADÍS Y DON QUIJOTE 61<br />

—Así me ayude Dios, señor, mucho me pesa de vuestro pensar que tomáis tal cuidado cual<br />

otro cavallero del mundo no tomaría, y devríades haver duelo de vos y tomar esfuerço como<br />

en las otras cosas tomáis.<br />

<strong>Amadís</strong> le dixo:<br />

—¡Ay, amigo Gandalín, qué sufre mi coracón!; si me tú amas, sé que antes me consejarías<br />

muerte que bivir en tan gran cuita desseando lo que no veo (pp. 366-367).<br />

Gandalín, por su parte, se lamenta de que su amo ame tan profundamente, porque cree<br />

que no hay ninguna mujer que esté a su altura; <strong>Amadís</strong>, enojado, no parece dispuesto a<br />

permitir que nadie hable mal de su señora, a quien considera muy superior a él. Un<br />

poco después, Gandalín, en conversación con Oriana, le pondera el sufrimiento de su<br />

amo, a quien no le augura una larga vida si no lo amortigua de algún modo:<br />

—Señora —dixo él—, es del lo que vos quisiéredes, como aquel que es todo vuestro y por vos<br />

muere, y su alma padece lo que nunca caballero.<br />

Y comencé de llorar, y dixo:<br />

—Señora, él no pasará vuestro mandado por mal ni por bien que le avenga, y por Dios,<br />

señora, aved del merced, que la cuita que hasta aquí sufrió en el mundo no hay otro que la<br />

sofrir podiese; tanto, que muchas vezes esperé caérseme delante muerto habiendo ya el<br />

coracón desfecho en lágrimas [...]; mas a él falleció ventura cuando vos conosció, que morirá<br />

antes de su tiempo. Y cierto más le valiera morir en el mar, <strong>don</strong>de fue lançado, sin que sus<br />

parientes lo conocieran, pues que le ven morir sin que socorrerle puedan (p. 379).<br />

Oriana responde a Gandalín que ella no sobreviviría a la muerte de <strong>Amadís</strong> y que sufre<br />

tanto como puede hacerlo él; confirma semejante confesión el gesto con que la<br />

acompaña, el de las manos apretadas:<br />

Oriana dixo llorando y apretando sus manos y sus dedos unos con otros:<br />

—Ay, amigo Gandalín, por Dios, cállate, no me digas ya más, que Dios sabe cómo me pesa si<br />

crees tú lo que dizes!; que antes mataría yo mi coracón y todo mi bien, y su muerte querría yo<br />

tan a duro como quien un día solo no biviría si él muriesse, y tú culpas a mí porque sabes la<br />

su cuita y no la mía, que si la supiesses más te dolerías de mí y no me culparías; pero no<br />

pueden las personas acorrer en lo que desean, antes aquello acaesce de ser más desviado,<br />

quedando en su lugar lo que les agravia y enoja, y assí viene a mí de tu señor, que sabe Dios,<br />

si yo pudiesse, con qué voluntad pornía remedio a sus grandes desseos y míos (p. 379).<br />

La princesa de la Gran Bretaña reconoce padecer el mismo mal que su amante, y que<br />

por tanto requiere de igual solución, que no es otra que la satisfacción de sus deseos,<br />

por supuesto, aunque no se diga claramente, de naturaleza sexual. Por su gesto, y por<br />

sus repetidos desmayos, la princesa parece víctima de la histeria, como resulta normal<br />

en una <strong>don</strong>cella de su edad, que aún no se ha casado y que vive muy regaladamente. Ya<br />

en conversación con <strong>Amadís</strong>, en una huerta situada debajo de su habitación, le<br />

recrimina que no sepa dominarse, aunque le asegura que va a hacer lo posible por<br />

colmar los deseos de los dos. En un encuentro posterior, <strong>Amadís</strong> la insta a cumplir con<br />

su palabra, porque, de lo contrario, teme por su vida:<br />

[...] y si no fuesse, señora, este mi triste coracón con aquel gran desseo que de serviros tiene<br />

sostenido, que contra las muchas y amargas lágrimas que del salen con gran fuerça, la su gran

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