Navarrete, La vida cotidiana de los mayas - Histomesoamericana

contra la maldad de los árboles que van a derribar, pues es sabido
que algunos lastiman deliberadamente a los hombres que los
cortan.
La siguiente plegaria de los kekchís de Guatemala expresa
muy bien estas peticiones a las deidades dueñas del monte:
¡Oh, Dios! Padre mío, madre mía, Señor de las colinas, Señor de
los valles, Señor del bosque.
¡Perdóname!
Estoy por hacer lo que siempre hemos hecho los hombres.
Ahora te ofrezco esta ofrenda para que sepas que estoy a punto
de molestar tu corazón.
Quizá tengas la fuerza para tolerarme.
Voy a ensuciarte, voy a trabajarte para poder vivir.
No dejes que ningún animal me persiga.
No dejes que ningún alacrán y ninguna avispa me molesten.
No dejes que ninguna rama me golpee al caer.
No dejes que me hieran ni las hachas ni los machetes.
Con todo mi corazón voy a trabajarte '.
A cambio de la protección de los dueños del monte, el campesino
debe limitarse a cortar las plantas estrictamente necesarias
y no debe derribar ningún árbol más allá del límite de su milpa,
pues éstos no le perdonarían que matara una planta que podía
seguir viva.
La labor de desmonte es quizá la más pesada de todo el ciclo
agrícola. Los árboles más grandes se dejan en pie, pues resultaría
muy difícil derribarlos y luego acarrear su madera. Los
demás son descortezados antes de cortarse para que se mueran
y se sequen mientras que las hierbas y matorrales son arrancadas
de cuajo.
En la actualidad, los campesinos de toda la zona maya utilizan
machetes y hachas de acero compradas a los comerciantes
mestizos de las ciudades. Antes de la llegada de los españoles
utilizaban hachas de pedernal o de piedra volcánica que eran
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r elaboradas
en grandes talleres cercanos a los yacimientos y
exportadas a otras regiones. Estas hachas medían hasta 30
centímetros de largo y se montaban en mangos de madera. Su
peso, entre medio kilo y un kilo, daba mayor contundencia a los
golpes y si bien el filo se mellaba rápidamente podían ser afiladas
nuevamente por el propio agricultor. Las hachas de piedra
eran tan eficaces como las de metal para cortar árboles, pero
eran tres veces más lentas para deshierbar.
El follaje de los árboles derribados y de las hierbas arrancadas
se deja secar en la parcela y forma una masa impenetrable
de hojas y ramas. La labor de desmonte debe terminarse a más
tardar en abril, para dar tiempo a que la vegetación se seque
completamente y pueda ser quemada.
Para el agricultor de roza resulta esencial sincronizarse con
las estaciones: si quema el monte demasiado pronto, las hierbas
alcanzarán a germinar de nuevo antes de la siembra y dificultarán
el crecimiento del maíz; en cambio, si espera demasiado,
las primeras lluvias mojarán la maleza y ya no será posible quemarla.
Por ello, a lo largo de miles de años, los mayas han ideado
muy diversos métodos para predecir la llegada de las lluvias y
determinar el momento preciso para la quema y la siembra.
Uno de los indicadores más utilizados son los movimientos
de las Pléyades, estrellas que forman parte de nuestra constelación
de Tauro. En el mes de abril las Pléyades se ven brevemente
en el horizonte occidental poco después del crepúsculo.
Unos días después entran en conjunción con el Sol y
desaparecen completamente, evento que marca la llegada de las
lluvias.
El Códice de Dresde, un almanaque escrito en Yucatán en
el siglo Xlll, trata abundantemente de temas agrícolas y menciona
la desaparición de las Pléyades, que "son devoradas para
satisfacer la temporada de lluvias", así como la presencia de
"mucho humo", una alusión a la quema de los campos de cultivo.
La imagen que acompaña este texto muestra un Chaac,
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