Amor total a Cristo - Revelaciones Marianas
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no me curaba. Y le preguntaba por qué me tenía así. El ángel me<br />
respondió: “Si Jesús te aflige el cuerpo lo hace para purificarte<br />
cada vez más en el espíritu. Procura ser buena”. ¡Cuántas veces<br />
durante mi enfermedad me hacía sentir al corazón palabras de<br />
consuelo! 33 .<br />
En este tiempo, se hacían en familia triduos y novenas,<br />
pidiendo por mi curación, pero nada. Un día, una señora que me<br />
visitaba con frecuencia trajo un libro. Era la vida del venerable<br />
Gabriel 34 . Lo tomé casi con indiferencia y lo puse bajo la almohada.<br />
Me encargó esta señora encomendarme a él, pero no le hice caso.<br />
En casa comenzaron a rezarle todas las noches tres<br />
padrenuestros, avemarías y glorias 35 .<br />
Una vez, estando sola, me sobrevino una fuerte tentación y<br />
decía para mis adentros que estaba cansada, que la cama me<br />
molestaba. El demonio se valió de esto para tentarme, diciéndome<br />
que, si le hacía caso, me curaría y haría cuanto quisiera. Casi<br />
estuve a punto de sucumbir. Me hallaba agitada y me daba por<br />
vencida. De repente, me vino un pensamiento: Volé con la mente al<br />
venerable Gabriel y dije en voz alta: “¡Primero el alma y después el<br />
cuerpo!”.<br />
A pesar de todo, el demonio seguía con asaltos cada vez más<br />
fuertes: mil pensamientos feos me pasaban por la imaginación.<br />
Recurrí de nuevo al venerable Gabriel y, con su ayuda, vencí: Volví<br />
en mí, hice la señal de la santa cruz y en un cuarto de hora quedé<br />
unida a Dios. Recuerdo que aquella misma tarde comencé a leer la<br />
vida del cohermano Gabriel. La leí varias veces. No me cansaba de<br />
leerla y admirar sus virtudes y sus ejemplos.<br />
Desde ese día en que mi querido protector me curó el alma,<br />
comencé a tenerle una particular devoción y, desde entonces,<br />
comencé a verlo cerca (sentía su presencia). Todo acto, toda<br />
acción mala me traía a la memoria al cohermano Gabriel y me<br />
retraía. No dejaba ningún día de invocarlo con estas palabras:<br />
“Primero el alma y después del cuerpo”...<br />
33 Autobiografía, pp. 242-243.<br />
34 Gabriel de la Dolorosa (1836-1862), pasionista que murió de tuberculosis a<br />
los 24 años y que fue canonizado por Benedicto XIV en 1920.<br />
35 Autobiografía, p. 244.<br />
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