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Amor total a Cristo - Revelaciones Marianas

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Un día, en la noche, en sueños, se me apareció vestido de<br />

blanco... Él se dio cuenta de que no lo había conocido. Se quitó la<br />

vestidura blanca y se me dejó ver vestido de pasionista; enseguida<br />

lo reconocí. Quedé en silencio en su presencia. Me preguntó por<br />

qué había llorado al privarme del libro de su Vida… ¿Me quieres?<br />

No le respondí. Me acarició varias veces y me repitió: “Procura ser<br />

buena y volveré a verte”. Me dio a besar su hábito y el rosario y se<br />

fue...<br />

No volvió sino después de varios meses. He aquí cómo<br />

sucedió. Era la fiesta de la Inmaculada Concepción. Por ese<br />

tiempo, solían venir las religiosas barbantinas a mudarme y<br />

servirme. Entre ellas, venia una que no estaba todavía vestida de<br />

religiosa. Me vino esta inspiración: Si mañana, que es la fiesta de<br />

mi mamá, le prometiese que, si me cura, me haré religiosa de la<br />

Caridad, ¿qué sería?<br />

Este pensamiento me llenó de consuelo. Se lo manifesté a<br />

Sor Leonida y ella me prometió que, si curaba, me vestiría el hábito<br />

juntamente con aquella novicia de la que he hablado. Quedamos<br />

en hacer por la mañana, después de la comunión, esta promesa a<br />

Jesús. Vino Monseñor a confesarme y me dio licencia. Además,<br />

me dio otro consuelo: el voto de virginidad que nunca había dado<br />

señales de querer concederlo. Me lo autorizó y lo hicimos perpetuo<br />

esa misma tarde. Él lo renovó y yo lo hice por primera y última vez.<br />

¡Qué gracias tan grandes a las que yo no he sabido corresponder!<br />

Aquella tarde disfrutaba de una paz completa. Por la noche<br />

me dormí. De repente, veo a mis pies a mi protector. Me dijo:<br />

“Gema, haz en hora buena el voto de ser religiosa, pero no añadas<br />

más”. Y me respondió, haciéndome una caricia sobre la frente:<br />

“Hermana mía” dijo, y, al mismo tiempo, se sonrió y me miró. No<br />

entendía nada de esto y para darle gracias le besé el hábito. Se<br />

quitó la insignia (que los pasionistas llevan sobre al pecho) me la<br />

dio a besar y me la puso sobre el pecho encima de la sábana, repitiéndome<br />

de nuevo: “Hermana mía”, y desapareció.<br />

Por la mañana, sobre las sábanas no había nada, comulgué<br />

temprano, hice mi promesa, pero sin particularizar más... Entretanto,<br />

pasaban los meses y yo no notaba ninguna mejoría. El 4 de<br />

enero (de 1899) los médicos me dieron doce botones de fuego a<br />

los riñones. Me puse peor. A estos males se añadió el 28 de enero<br />

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