Amor total a Cristo - Revelaciones Marianas
Amor total a Cristo - Revelaciones Marianas
Amor total a Cristo - Revelaciones Marianas
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
de una dolorosa otitis purulenta en su oído izquierdo. La<br />
enfermedad le había durado casi un año. Ella manifiesta: Habrían<br />
pasado dos horas cuando me levanté. Los de casa lloraban.<br />
También yo estaba contenta más que por la salud recuperada,<br />
porque Jesús me había escogido por hija. Antes de dejarme esa<br />
mañana, Jesús me dijo: “Hija mía, a la gracia que te he concedido<br />
esta mañana seguirán otras mucho mayores” 38 .<br />
VIVENCIA DE LA PASION DE JESÚS<br />
Vino la Semana Santa por mí tan deseada… Llegó el<br />
miércoles santo. Nada extraordinario se había manifestado entonces<br />
en mí, fuera que al comulgar, Jesús se me hacía sentir de una<br />
manera vivísima. El ángel de la guarda, desde el día en que me<br />
levanté, comenzó a hacer conmigo las veces de maestro y guía.<br />
Me reprendía siempre que hacía alguna cosa mal, me enseñaba a<br />
hablar poco y solamente si era preguntada... Me enseñaba a andar<br />
con los ojos bajos y hasta en la iglesia me reñía diciendo: “¿Es así<br />
como se está en la presencia de Dios?”. Otras veces me reñía de<br />
esta manera: “Si no eres buena, no me dejaré ver de ti”...<br />
El confesor creyó por fin oportuno dejarme hacer una confesión<br />
general, según era mi deseo desde hacía mucho tiempo.<br />
Escogí precisamente la tarde del miércoles (santo). Jesús, en su<br />
infinita misericordia, me dio un dolor grandísimo de mis pecados. El<br />
Jueves Santo por la tarde comencé a hacer la Hora santa (había<br />
prometido a Jesús que, si curaba, todos los jueves indefectiblemente<br />
haría la Hora santa). Era la primera vez que la hacía levantada…<br />
Pasé la hora entera rezando y llorando; hasta que, cansada como<br />
estaba, me senté. Poco después me sentí recogida. Noté que<br />
empezaban a faltarme las fuerzas y a duras penas pude levantarme<br />
para cerrar con llave la puerta de la habitación. ¿Dónde me<br />
encontré? Me encontré delante de Jesús crucificado en ese mismo<br />
momento. Derramaba sangre por todas partes. Bajé enseguida los<br />
ojos... “Hija, me dijo, estas llagas las habías abierto tú con tus<br />
pecados, pero ahora alégrate, porque todas las has cerrado con tu<br />
dolor. No me ofendas más. Ámame como yo siempre te he amado.<br />
Ámame”, me repitió muchas veces.<br />
38 Ib. p. 250.<br />
19