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Cuadernos de Picadero - Instituto Nacional del Teatro

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generales para proce<strong>de</strong>r a la improvisación actoral y al<br />

registro <strong>de</strong> lo que se encuentra en el escenario. Los textos<br />

producidos <strong>de</strong> ese modo sólo necesitan ser “fieles” <strong>de</strong> un<br />

modo claro a aquello que se encontró en otro lado, para<br />

conservarlo, para re-introducirlo, para llevarlo un paso más<br />

allá. Suelen ser llamados “apuntes”, meros registros a veces<br />

“amorfos” en los que el director-dramaturgo o el grupo<br />

<strong>de</strong> actores anota lo que hace y lo que dice, en función <strong>de</strong><br />

repetirlo, reproducirlo, generar aquella fijación formal que<br />

lo convertirá en una misma obra función tras función. Es tan<br />

“natural” el procedimiento <strong>de</strong> composición <strong>de</strong> este tipo <strong>de</strong><br />

dramaturgia que, una vez concebido, la otra dramaturgia,<br />

la “dramaturgia <strong>de</strong> escritorio” (un autor o autora se sienta<br />

y escribe una obra) parece un <strong>de</strong>spropósito, un sin sentido,<br />

una pura artificialidad. Ciertamente, el autor teatral como<br />

figura <strong>de</strong> cierta autonomía tuvo, a lo largo <strong>de</strong> la historia,<br />

varios certificados <strong>de</strong> <strong>de</strong>función, lo que no impidió que tercamente<br />

retorne e insista en vivir. Es que el hecho escénico<br />

es, generalmente, la actividad artística <strong>de</strong> un colectivo; sin<br />

embargo, la redacción <strong>de</strong> un texto, aún cuando se trate <strong>de</strong><br />

una recolección <strong>de</strong> fuentes diversas, termina apoyándose en<br />

una mirada totalizadora. Pue<strong>de</strong> haber dos autores en colaboración,<br />

como pue<strong>de</strong> haber dos directores para una puesta; no<br />

obstante, se reconoce que el lugar <strong>de</strong> la dirección es un lugar,<br />

compartido a menudo, pero <strong>de</strong>finitivamente singular. Y el lugar<br />

<strong>de</strong> la dramaturgia también. Este “paso por el escritorio”,<br />

reconocido por la mayoría <strong>de</strong> los directores que elaboran la<br />

dramaturgia <strong>de</strong> una obra basada en improvisaciones, no es<br />

nunca un mero registro, una mera recopilación <strong>de</strong>l instante<br />

escénico en el que se produjo teatro, por la sencilla razón <strong>de</strong><br />

que ese registro no es <strong>de</strong>l todo posible: en el paso al papel<br />

algo se transforma. Pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que mucho (o todo) se<br />

pier<strong>de</strong>, y entonces surge otra cosa, que también se per<strong>de</strong>rá<br />

al regresar a la escena, en una dialéctica en la cual el cuerpo,<br />

el espacio y el sonido <strong>de</strong>l acto performático le dan vida<br />

a un texto (que no es cuerpo, ni espacio ni sonido), y éste,<br />

con sus transformaciones, les dará vida luego al cuerpo, al<br />

espacio, al sonido <strong>de</strong> la actividad escénica. Transformándose<br />

mutuamente, ambos polos <strong>de</strong> la creación son alimento <strong>de</strong>l<br />

otro. Como en la vida salvaje, como los animales carnívoros,<br />

como lo que mata para vivir, como aquello que vive porque<br />

mata y muere dando al otro la posibilidad <strong>de</strong> vivir.<br />

Dije anteriormente que nada <strong>de</strong>l hecho <strong>de</strong> “escribir” estructurará<br />

una obra, puesto que el texto escrito no sobrevive,<br />

ni <strong>de</strong>be sobrevivir como tal, en el escenario. En tal sentido,<br />

funcionaría <strong>de</strong> modo análogo a una partitura musical: poco<br />

o nada <strong>de</strong> las notas escritas en un pentagrama “son” música;<br />

la música es aquella otra cosa que suena y calla. Pero<br />

el hecho <strong>de</strong> escribir, en ambos casos, en la música y en la<br />

dramaturgia, al constituirse como un instante dialéctico en la<br />

creación que nos “quita” <strong>de</strong>l escenario, nos quita <strong>de</strong>l sonido<br />

y el silencio, aporta, enriquece, fecunda esa creación. A tal<br />

punto que, incluso, el texto puro –escrito en la soledad por<br />

el autor teatral–, así como una partitura escrita directamente<br />

en el pentagrama sin hacer sonar ningún instrumento, pue<strong>de</strong><br />

constituirse y <strong>de</strong> hecho lo hace, en el punto <strong>de</strong> partida <strong>de</strong> todo<br />

el proceso <strong>de</strong> creación <strong>de</strong> una obra. El autor teatral tiene el<br />

<strong>de</strong>recho <strong>de</strong> sentarse sin más a escribir una obra, y en todo<br />

caso, tar<strong>de</strong> o temprano tendrá que hacerlo. Lo importante es<br />

no per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista la dialéctica con la escena.<br />

Silencio<br />

Un segundo ejercicio para concientizar sobre la materialidad<br />

sonora <strong>de</strong> la palabra dramática es trabajar sobre el<br />

silencio. Escribir una obra dramática es componer para la<br />

sonoridad y, por lo tanto, sus silencios siempre son escuchados.<br />

Siguiendo la analogía con la música, podríamos<br />

<strong>de</strong>cir que ambas “no pue<strong>de</strong>n no” escucharse, puesto que<br />

se hace música para el oído, y se dice lo escrito para que<br />

se escuche. Incluso cuando no se oye nada. Incluso cuando<br />

no se entien<strong>de</strong> nada. Incluso, como en la música, cuando<br />

se hace silencio.<br />

20 CUADERNOS DE PICADERO

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