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El Ocaso de los Idolos (o Como se Filosofa a Martillazos)

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Fe<strong>de</strong>rico Nietzsche - <strong>El</strong> <strong>Ocaso</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Ído<strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>duce <strong>de</strong> aquí: que <strong>se</strong> había estado abusando gratuitamente <strong>de</strong> <strong>se</strong>mejante «empina» y<br />

que <strong>se</strong> había creado, en ba<strong>se</strong> a ella, el mundo en términos <strong>de</strong> causas, <strong>de</strong> voluntad, <strong>de</strong><br />

espíritus! La psicología más antigua y más largo tiempo vigente era la que imponía aquí<br />

la pauta; no <strong>se</strong> veía más allá: para ella, todo acontecimiento era un acto, y todo acto el<br />

efecto <strong>de</strong> una voluntad; el mundo era visto por dicha psicología como una pluralidad <strong>de</strong><br />

agentes, y a todo acontecimiento le asignaba uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> (un «sujeto»). <strong>El</strong> hombre ha<br />

proyectado fuera <strong>de</strong> él sus tres «hechos internos», aquello <strong>de</strong> lo que estaba más<br />

íntimamente convencido: la voluntad, el espíritu, el yo. Del concepto <strong>de</strong>l yo extrajo el<br />

<strong>de</strong> <strong>se</strong>r, y <strong>de</strong>terminó que las cosas existían <strong>de</strong> acuerdo con la imagen que tenía en sí<br />

mismo, esto es, como un yo entendido en términos <strong>de</strong> causa. ¿Es <strong>de</strong> extrañar que luego<br />

encontra<strong>se</strong> en las cosas lo que antes había puesto en ellas La cosa misma, digámoslo<br />

una vez más, el concepto <strong>de</strong> cosa no es más que el reflejo <strong>de</strong> la creencia en el yo en<br />

términos <strong>de</strong> causa. ¡Y cuánto error, cuánta psicología rudimentaria sigue habiendo aún<br />

en el concepto <strong>de</strong> átomo que manejan <strong>los</strong> mecanicistas y <strong>los</strong> físicos! ¡No digamos ya en<br />

esa «cosa en sí», tan horrible y vergonzosa <strong>de</strong> <strong>los</strong> metafísicos! ¡Confundir con la<br />

realidad el error <strong>de</strong> concebir el espíritu en términos <strong>de</strong> causa, hacer <strong>de</strong> él la medida <strong>de</strong> la<br />

realidad, y darle el nombre <strong>de</strong> Dios!<br />

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<strong>El</strong> error <strong>de</strong> las causas imaginarias. Tomemos el sueño como punto <strong>de</strong> partida: a<br />

una <strong>de</strong>terminada <strong>se</strong>nsación, producida, por ejemplo, por un cañonazo disparado a lo<br />

lejos, <strong>se</strong> le imputa retrospectivamente una causa (con frecuencia, toda una pequeña<br />

novela cuyo protagonista es, naturalmente, la persona que está soñando). Entre tanto, la<br />

<strong>se</strong>nsación perdura en una especie <strong>de</strong> resonancia: espera, por así <strong>de</strong>cirlo, que el instinto<br />

<strong>de</strong> causalidad le permita pasar a primer plano, ahora ya no como algo que <strong>se</strong> ha<br />

producido por azar, sino como algo que tiene un «<strong>se</strong>ntido». <strong>El</strong> cañonazo <strong>se</strong> pre<strong>se</strong>nta<br />

entonces <strong>de</strong> un modo causal, en una aparente inversión <strong>de</strong>l tiempo. Lo posterior, la<br />

motivación <strong>se</strong> vive antes a menudo adornado por cien <strong>de</strong>talles que transcurren <strong>de</strong> una<br />

forma fulminante, mientras que el estampido es algo que suce<strong>de</strong> <strong>de</strong>spués...<br />

¿Qué ha sucedido Que las repre<strong>se</strong>ntaciones que fueron generadas por una<br />

<strong>de</strong>terminada situación son erróneamente concebidas como la causa <strong>de</strong> la misma.<br />

Lo mismo hacemos, efectivamente, cuando estamos <strong>de</strong>spiertos. La mayoría <strong>de</strong><br />

nuestros <strong>se</strong>ntidos generales —todo tipo <strong>de</strong> obstáculo, <strong>de</strong> opresión, <strong>de</strong> tensión y <strong>de</strong><br />

explotación en el juego y contrajuego <strong>de</strong> <strong>los</strong> órganos, especialmente el estado <strong>de</strong>l nervio<br />

simpático— excitan nuestro instinto <strong>de</strong> causalidad: queremos disponer <strong>de</strong> una razón<br />

que nos explique por qué nos encontramos <strong>de</strong> este y <strong>de</strong> aquel modo, por qué nos<br />

<strong>se</strong>ntimos bien o mal. Nunca nos basta con dar por <strong>se</strong>ntado el hecho <strong>de</strong> que nos<br />

encontramos <strong>de</strong> este y <strong>de</strong> aquel modo: no aceptamos este hecho, no tomamos<br />

conciencia <strong>de</strong> él hasta que no le hemos asignado un tipo <strong>de</strong> motivación.<br />

La memoria, que en tales casos actúa sin que tengamos conciencia <strong>de</strong> ello,<br />

rememora estados anteriores <strong>de</strong> la misma especie, junto con las interpretaciones<br />

causales que van vinculadas a el<strong>los</strong>, pero no la causalidad <strong>de</strong> <strong>los</strong> mismos. Por supuesto<br />

que la creencia <strong>de</strong> que las repre<strong>se</strong>ntaciones, <strong>los</strong> procesos conscientes concomitantes han<br />

Proyecto Espartaco 2000 – 2002<br />

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