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Sexto Empírico y a Montaigne, pero<br />
me temo que nuestras miríadas de<br />
intolerantes y maleducados no estén<br />
por la labor. <br />
<strong>El</strong> respeto<br />
ausente<br />
Soledad Gomis<br />
periodista<br />
Hay una frase que me pone en<br />
alerta de inmediato en cuanto<br />
alguien la pronuncia: “No te<br />
equivoques”. Que una persona la<br />
diga, aunque sea a otro interlocutor,<br />
me parece de una petulancia irritante.<br />
Para mí es el modelo de la mala educación.<br />
Que, en temas tan diversos<br />
como la estrategia de un partido político,<br />
las propiedades del mangostán o<br />
la eficacia de la depilación eléctrica, el<br />
hablante tenga la presunción de estar<br />
en posesión de la verdad me saca<br />
de quicio. Además quienes utilizan<br />
esta expresión no la reservan para<br />
los temas que realmente conocen a<br />
fondo y de primera mano, a diferencia<br />
de su interlocutor, sino que<br />
la sueltan cotidianamente respecto<br />
a todo y ante cualquiera. Hay otras<br />
cosas que, para mí, denotan mala<br />
educación: “no me entiendes”, en vez<br />
de “no te entiendo, perdona”; “no<br />
te explicas”, en lugar de “no me he<br />
expresado bien”; “ven un momento”,<br />
en lugar de acercarme yo, etc.<br />
También la calle y los transportes<br />
públicos son fuente inagotable y<br />
cotidiana de muestras de mala educación.<br />
Me molestan especialmente<br />
las de escolares de ESO bien uniformados.<br />
Padezco a los alumnos de<br />
una escuela de élite que chillan sus<br />
comentarios de un extremo a otro<br />
del vagón, ponen los pies sobre las<br />
tapicerías y, por supuesto, no ceden<br />
jamás el asiento. También a otros que<br />
dejan la acera cubierta de pipas o de<br />
papeles de la merienda. Ante estas<br />
situaciones pienso para qué sirve una<br />
buena formación si no va acompañada<br />
del respeto mínimo al otro que<br />
es en lo que consiste, al final, la buena<br />
educación. <br />
ira y mala<br />
educación<br />
Jorge Wagensberg<br />
profesor y escritor<br />
Pallarés<br />
Antes de dejarnos llevar por la<br />
ira por un presunto caso de<br />
mala educación conviene respirar<br />
hondo, esperar diez segundos<br />
y asegurarse de que no se trata de un<br />
gran malentendido. Primer caso: un<br />
colega conservador de museo montó<br />
en cólera un día que entró en el<br />
museo y sorprendiera una treintena<br />
de niños manoseando un gran esqueleto<br />
de dinosaurio, a pesar de que un<br />
rótulo bien visible prohibía terminantemente<br />
tocar la pieza. Lleno de<br />
ira se dirigió al grupo preguntando a<br />
gritos si no sabían leer. ¿Mala educación?<br />
No. La serena respuesta de<br />
la maestra le dejó helado: son niños<br />
ciegos, hemos pedido permiso y nos lo<br />
han dado. No manoseaban sino que<br />
acariciaban suavemente con la yema<br />
de los dedos.<br />
Segundo caso: una viuda recibe<br />
las condolencias de los amigos de<br />
su marido muerto dos días antes<br />
en un accidente de buceo. Desfilan<br />
de uno en uno murmurando “lo<br />
siento, cuanto lo siento”, hasta que<br />
de repente uno va y suelta: ¡felicidades!<br />
¿Mala educación? No. Sería<br />
demasiada mala educación. La cola<br />
de amigos fue tan larga y tan lenta<br />
que el presunto mal educado ya se<br />
había puesto a pensar en otra cosa y,<br />
cuando le tocó el turno, su aparato<br />
fonador respondió sin permiso de<br />
su cerebro. Su inconsciente hizo una<br />
mala interpretación de la escena.<br />
La educación, para que sea verdaderamente<br />
mala, necesita confirmación.<br />
<strong>El</strong> colmo: cuántas veces he<br />
sufrido en un restaurante las risas<br />
interminables de una mesa vecina y<br />
he tenido que contener mi propia<br />
mala educación a la hora de pedir<br />
clemencia. La escalada de la ira por<br />
motivos sonoros solo se regula con<br />
toneladas de buena educación por<br />
todas las partes. La buena educación<br />
sirve para regular finamente la interacción<br />
entre la libertad propia y la<br />
libertad ajena. <br />
De Bob Dylan<br />
a Jordi Pujol<br />
Arnau Mas<br />
periodista<br />
Bob Dylan no suele saludar<br />
a su público en los conciertos.<br />
Ni un sencillo “buenas<br />
noches, Barcelona”. Ante tal<br />
falta de empatía del músico de<br />
Minnesota, algunos espectadores<br />
–habitualmente los menos asiduos–<br />
lo tildan de antipático y mezquino;<br />
como si con sus bellas canciones no<br />
bastara. “Es el colmo de la mala educación”,<br />
he escuchado a menudo a la<br />
salida de sus conciertos.<br />
LA VIDA ˜ <strong>Enero</strong>-<strong>Febrero</strong> <strong>2015</strong> 19