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El Ciervo 750 Enero/Febrero 2015

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Sexto Empírico y a Montaigne, pero<br />

me temo que nuestras miríadas de<br />

intolerantes y maleducados no estén<br />

por la labor. <br />

<strong>El</strong> respeto<br />

ausente<br />

Soledad Gomis<br />

periodista<br />

Hay una frase que me pone en<br />

alerta de inmediato en cuanto<br />

alguien la pronuncia: “No te<br />

equivoques”. Que una persona la<br />

diga, aunque sea a otro interlocutor,<br />

me parece de una petulancia irritante.<br />

Para mí es el modelo de la mala educación.<br />

Que, en temas tan diversos<br />

como la estrategia de un partido político,<br />

las propiedades del mangostán o<br />

la eficacia de la depilación eléctrica, el<br />

hablante tenga la presunción de estar<br />

en posesión de la verdad me saca<br />

de quicio. Además quienes utilizan<br />

esta expresión no la reservan para<br />

los temas que realmente conocen a<br />

fondo y de primera mano, a diferencia<br />

de su interlocutor, sino que<br />

la sueltan cotidianamente respecto<br />

a todo y ante cualquiera. Hay otras<br />

cosas que, para mí, denotan mala<br />

educación: “no me entiendes”, en vez<br />

de “no te entiendo, perdona”; “no<br />

te explicas”, en lugar de “no me he<br />

expresado bien”; “ven un momento”,<br />

en lugar de acercarme yo, etc.<br />

También la calle y los transportes<br />

públicos son fuente inagotable y<br />

cotidiana de muestras de mala educación.<br />

Me molestan especialmente<br />

las de escolares de ESO bien uniformados.<br />

Padezco a los alumnos de<br />

una escuela de élite que chillan sus<br />

comentarios de un extremo a otro<br />

del vagón, ponen los pies sobre las<br />

tapicerías y, por supuesto, no ceden<br />

jamás el asiento. También a otros que<br />

dejan la acera cubierta de pipas o de<br />

papeles de la merienda. Ante estas<br />

situaciones pienso para qué sirve una<br />

buena formación si no va acompañada<br />

del respeto mínimo al otro que<br />

es en lo que consiste, al final, la buena<br />

educación. <br />

ira y mala<br />

educación<br />

Jorge Wagensberg<br />

profesor y escritor<br />

Pallarés<br />

Antes de dejarnos llevar por la<br />

ira por un presunto caso de<br />

mala educación conviene respirar<br />

hondo, esperar diez segundos<br />

y asegurarse de que no se trata de un<br />

gran malentendido. Primer caso: un<br />

colega conservador de museo montó<br />

en cólera un día que entró en el<br />

museo y sorprendiera una treintena<br />

de niños manoseando un gran esqueleto<br />

de dinosaurio, a pesar de que un<br />

rótulo bien visible prohibía terminantemente<br />

tocar la pieza. Lleno de<br />

ira se dirigió al grupo preguntando a<br />

gritos si no sabían leer. ¿Mala educación?<br />

No. La serena respuesta de<br />

la maestra le dejó helado: son niños<br />

ciegos, hemos pedido permiso y nos lo<br />

han dado. No manoseaban sino que<br />

acariciaban suavemente con la yema<br />

de los dedos.<br />

Segundo caso: una viuda recibe<br />

las condolencias de los amigos de<br />

su marido muerto dos días antes<br />

en un accidente de buceo. Desfilan<br />

de uno en uno murmurando “lo<br />

siento, cuanto lo siento”, hasta que<br />

de repente uno va y suelta: ¡felicidades!<br />

¿Mala educación? No. Sería<br />

demasiada mala educación. La cola<br />

de amigos fue tan larga y tan lenta<br />

que el presunto mal educado ya se<br />

había puesto a pensar en otra cosa y,<br />

cuando le tocó el turno, su aparato<br />

fonador respondió sin permiso de<br />

su cerebro. Su inconsciente hizo una<br />

mala interpretación de la escena.<br />

La educación, para que sea verdaderamente<br />

mala, necesita confirmación.<br />

<strong>El</strong> colmo: cuántas veces he<br />

sufrido en un restaurante las risas<br />

interminables de una mesa vecina y<br />

he tenido que contener mi propia<br />

mala educación a la hora de pedir<br />

clemencia. La escalada de la ira por<br />

motivos sonoros solo se regula con<br />

toneladas de buena educación por<br />

todas las partes. La buena educación<br />

sirve para regular finamente la interacción<br />

entre la libertad propia y la<br />

libertad ajena. <br />

De Bob Dylan<br />

a Jordi Pujol<br />

Arnau Mas<br />

periodista<br />

Bob Dylan no suele saludar<br />

a su público en los conciertos.<br />

Ni un sencillo “buenas<br />

noches, Barcelona”. Ante tal<br />

falta de empatía del músico de<br />

Minnesota, algunos espectadores<br />

–habitualmente los menos asiduos–<br />

lo tildan de antipático y mezquino;<br />

como si con sus bellas canciones no<br />

bastara. “Es el colmo de la mala educación”,<br />

he escuchado a menudo a la<br />

salida de sus conciertos.<br />

LA VIDA ˜ <strong>Enero</strong>-<strong>Febrero</strong> <strong>2015</strong> 19

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