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primeras-paginas-verdad-sobre-caso-harry-quebert

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corte de un periódico de Montclair de hacía año y medio queinformaba de la ceremonia organizada en mi honor en el institutode Felton. ¿Cómo había conseguido ese artículo? Recordaba muybien aquel día. Fue poco antes de la Navidad de 2006. Mi primeranovela había alcanzado el millón de ejemplares vendidos y el directordel instituto de Felton en el que había estudiado la secundaria,animado por la efervescencia de mi éxito, había decidido rendirmeun homenaje que consideraba merecido.Para ello se preparó un solemne acto en el vestíbulo principaldel instituto, un sábado por la tarde, ante un grupo elegidode alumnos, antiguos alumnos y algunos periodistas locales. Todaaquella gente de postín se sentaba amontonada <strong>sobre</strong> sillas plegablesfrente a un gran telón. Detrás de él, como descubrimos despuésde un discurso triunfal del director, un armario de cristal conla inscripción En homenaje a Marcus P. Goldman, llamado «el Formidable»,alumno de este instituto desde 1994 hasta 1998. Y dentrodel armario, un ejemplar de mi novela, mis antiguos boletines denotas, algunas fotos, mi camiseta de jugador de lacrosse y la delequipo de marcha.Sonreí mientras releía el artículo. Mi paso por el FeltonHigh, pequeño y apacible centro al norte de Montclair lleno deadolescentes pánfilos, se había quedado grabado en su memoriahasta el punto de que mis compañeros y profesores me habíanapodado «el Formidable». Pero ese día de diciembre de 2006, loque todos ignoraban en el momento de aplaudir esa vitrina dedicadaa mi gloria era que debía a una serie de malentendidos, primerofortuitos y después sabiamente orquestados, el haberme convertidoen la estrella incontestable de Felton durante cuatro largosy hermosos años.La epopeya del Formidable empezó a mi llegada al instituto,cuando tuve que elegir una disciplina deportiva para el curso.Tenía decidido que sería fútbol o baloncesto, pero el númerode plazas de esos equipos era limitado y, desgraciadamente paramí, el día de la inscripción llegué con mucho retraso a la oficina deregistro. «Ya he cerrado —me dijo la mujer gorda que se ocupabade ella—. Vuelve el año que viene». «Por favor, señora —le habíasuplicado—, tengo que estar inscrito obligatoriamente en una disciplinadeportiva, si no tendré que repetir curso». «¿Cómo te lla­

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