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primeras-paginas-verdad-sobre-caso-harry-quebert

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Todo el mundo hablaba del libro. Ya no podía pasear tranquilopor las calles de Nueva York, no podía hacer jogging por CentralPark sin que me reconocieran y exclamaran: «¡Es Goldman, elescritor!». Algunos incluso me seguían durante un rato para preguntarmeaquello que les atormentaba: «¿Es cierto lo que cuenta en lanovela? ¿Harry Quebert hizo eso?». En el café al que solía ir en elWest Village, había clientes que no dudaban en sentarse a mi mesay empezar a hablar: «Su libro me tiene atrapado, señor Goldman, esimposible dejarlo. El primero era muy bueno, pero éste... He oídoque le dieron un millón de dólares por escribirlo... ¿Qué edad tiene?¿Sólo treinta años? ¡Y ya está forrado!». Hasta el portero de mi edificio,al que había visto leyéndolo entre apertura y apertura de puerta,me tuvo retenido un rato en el ascensor, al terminarlo, para confesarmesu desazón: «Entonces ¿eso fue lo que le ocurrió a NolaKellergan? Qué horror. ¿Dónde vamos a ir a parar, señor Goldman?¿Dónde?».Mi libro apasionaba a la flor y nata de Nueva York; trasdos semanas en las librerías ya prometía llegar a ser el más vendidoa lo largo y ancho del continente. Todo el mundo quería saberqué había pasado en Aurora en 1975. No dejaba de salir en la televisión,en la radio y en los periódicos. Yo tenía sólo treinta años ycon esa novela, la segunda de mi carrera, me había convertido enel escritor más de moda del país.El <strong>caso</strong> que sacudía América, y del que había sacado loesencial de mi narración, había estallado unos meses antes, alprincipio del verano, cuando se encontraron los restos de una jovendesaparecida treinta y tres años antes. Fue el comienzo de laserie de acontecimientos que se relatan a continuación, y sin losque la pequeña ciudad de Aurora habría seguido siendo, sin dudaalguna, completamente desconocida para el resto de EstadosUnidos.

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