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de lo común. Rápidamente quiso compartir su hallazgo con su buenamigo, Bernard de Fallois, de la pequeña y prestigiosa Éditions de Fallois,quien también quiso publicar esta novela. Dimitrijevic murió enel verano de 2011 a los setenta y siete años en un accidente de tráficoen la carretera que une Lausana con París, cuando iba a ver a De Fallois.El editor francés siguió cuidando de Dicker, tal y como lo habríahecho su buen amigo Dimitrijevic.Cuando a comienzos del verano de 2012 De Fallois recibió elgrueso manuscrito de La <strong>verdad</strong> <strong>sobre</strong> el <strong>caso</strong> Harry Quebert lo leyósubyugado, y decidió cancelar sus vacaciones: en tiempo récord pusola novela en las librerías durante el mes de agosto. En una sola semana,con París casi desierta, un pequeño librero vendió 170 ejemplaresdel voluminoso libro de Dicker con esta propuesta: «Léalo; si no legusta, le devuelvo su dinero». Sólo regresaron unos cuantos, para pedirotro ejemplar.En Bélgica, poco después, se repitió el fenómeno. El libro deDicker coincidió con la publicación del último libro de Rowling, y loslibreros belgas recibieron a Dicker con carteles en sus vitrinas: «Ne lisezpas Harry Potter, lisez Harry Quebert» («No lea a Harry Potter, leaa Harry Quebert»).La noticia corrió como la pólvora, y, bien instalado en su despachoparisino de la Rue de la Boétie, Bernard de Fallois recibió a lasscouts («un puñado de doce damas de todo el mundo que se apasionaronantes que nadie con este libro e hicieron que sus editores pujasenpor él»), y hasta a algunos editores —como María Fasce, la editora deliteratura internacional de Alfaguara—, que volaron fugazmente a verlepara convencerle de que el suyo era el mejor catálogo para Dicker.Dicker y De Fallois no sólo están revolucionando la literatura,sino también el mundo editorial, con un mensaje ético y esperanzador:no hay editores ni agentes salvajes (al contrario de lo que sucedeen la novela de Dicker), sino un joven escritor que se fía de supequeño editor, y no quiere saber nada de los Premios. «Hice un pactocon De Fallois: que no me diga nada <strong>sobre</strong> el Goncourt, yo sólo escribo».Dicker también le llama para pedirle consejo: «Todos los edi­

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