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Descargue Fugas de tinta 2 - Ministerio de Cultura

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70que lo conocí en la agencia <strong>de</strong> viajes y me contó su primeratravesía por mi hermoso <strong>de</strong>partamento.Eduardo era un man blanco, con un llamativo lunaralre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l ojo <strong>de</strong>recho, <strong>de</strong> estatura media, cabello castañoy su ordinariedad resaltaba al hablar, y ni qué <strong>de</strong>cir<strong>de</strong>l vestir. Llegó maldiciendo todo <strong>de</strong> la ciudad: el calor, lostrancones y especialmente la abundancia <strong>de</strong> negros. Así sepresentó ante todo el equipo <strong>de</strong> trabajo. Estoy seguro <strong>de</strong>que todos lo percibieron igual que yo, ya que <strong>de</strong> inmediatolo apodaron Arracacho.Con esa primera impresión, sólo una persona –doñaTeresita Hernán<strong>de</strong>z, un alma <strong>de</strong> Dios– se atrevió a hospedarloen su casa. Con lo que ella no contaba era que Eduardofuera severo borrachín y que, una semana <strong>de</strong>spués, se lemetiera al cuarto <strong>de</strong> su hija “para comérmela”, como dijo elArracacho llevado por el trago. Por eso quedó <strong>de</strong> inmediatoen la calle y al día siguiente no hubo nadie en la oficina queno se enterara <strong>de</strong> aquel suceso.Por esos días estaba muy contento estrenando unapartamento muy bacano por allá en Floralia, cerca <strong>de</strong> lacasa <strong>de</strong>l negro Palomino. Pues bien, allí me llegó Eduardocon la gran i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> compartir la renta y cometí, no sé si laosadía o el error, <strong>de</strong> alojarlo.Poco a poco nos conocimos mejor y luego éramoscasi como hermanos, a pesar <strong>de</strong> todo, porque con esteman me gané todos los problemas que no había tenidoen mi vida. Sobrio los armaba, borracho los multiplicaba.Buscaba pelea don<strong>de</strong> no la había o se metía don<strong>de</strong> laencontraba.¿Que las mujeres <strong>de</strong> Cali son unas flores? Por supuesto,son unos ángeles caídos <strong>de</strong>l cielo. Mientras yo las piropeaba<strong>de</strong>centemente, Eduardo torcía la boca con morbo yles lanzaba un “shhh, perra tan rica”, o un “mamita, me la

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