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Haber Vivido. Eloy Sánchez

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10 /<strong>Haber</strong> vividoque tanto admiraba me había leído y, según todos los indicios, tenía algo quedecirme. Y lo que <strong>Eloy</strong> tuvo a bien decir acerca de mis versos en aquella carta,me presentó de inmediato la generosidad de un alma. Por si faltara algo, sedespedía de mí ofreciéndome su amistad. Poco a poco, la vida fue disponiendolas ocasiones y aquel sincero ofrecimiento se convirtió en esta fraternacamaradería que hoy nos une.Fue allá por el verano de 1989 cuando pude conocer al hombre, pues lo invitamos,junto a unos sesenta o setenta poetas más de todos los colores, a unas jornadaspoéticas que organizamos en Valencia Carlos Marzal, Juan Pablo Zapater, JoséMiguel Arnal y yo mismo. Quiero evocarlo a las tantas de la madrugada, en mitadde la pista de baile de los garitos de la playa de la Malvarrosa. No era <strong>Eloy</strong> unbailarín consumado, aunque nunca perdía el ritmo a base de fregotear el suelosuavemente con las suelas de los zapatos. Alto, elegante y maleable como unaespiga, bien pertrechado de su vaso de tubo y su purito Farias reglamentario,lo que no había es quien le ganara en cordialidad, en su estar tan a gusto conla gente, ni tampoco en su empeño de retirarse el último de todos los saraos.Salimos muy bien hermanados ya de aquellos días, porque a <strong>Eloy</strong>, con sucampechanía, su vivaz inteligencia socarrona y su alegría de estar vivo, no haymanera de tratarlo sin quererlo, a no ser que uno sea raro de remate. Los añosque vinieron después no han hecho sino poner de manifiesto, de mil maneras, sucalidad humana. Tantas primaveras juntos en Murcia, invitados por el almiranteJosé María Álvarez a su legendario congreso poético anual: Ardentísima. Y tantosencuentros memorables aquí y allá, casi siempre reunidos en torno a la poesía.Pero <strong>Eloy</strong> no ha sido para mí sólo <strong>Eloy</strong>, sino que por la puerta grande de su amistadhan ido entrando en mi vida algunos de sus mejores amigos, que hoy lo son tantosuyos como míos, porque la amistad es el más contagioso de los sentimientos alser el más puro. Gracias, querido <strong>Eloy</strong>, por tantas y tantas alegrías, y por todasaquellas que aún espero que compartamos.Cuando todos los críticos se empeñaban en destacar el tono elegíaco de supalabra, yo sentía que en sus versos, precisamente desde el corazón mismo dela elegía, se elevaba en plenitud un cántico desaforado de amor a la vida, deperplejidad ante el calado inabarcable de sus misterios. Lo que constituye a labelleza es esa condición fugaz, casi relampagueante de sus manifestacionesparticulares, y eso lo vio y lo cantó <strong>Eloy</strong> como muy pocos han llegado a cantarlo,vislumbrando su colmo en los andares distraídos de una hermosa muchacha queestá a punto de perderse para siempre en sus mundos al doblar una esquina;columbrando su entera gloria en los aromas de una tarde primaveral, en el pasmoinagotable de un rayo de luna o en el canto eterno de los pájaros madrugadores.Varios fueron los libros de tono elegíaco en los que <strong>Eloy</strong> nos enseñó a amar másy mejor este mundo hecho de blancas fragilidades, de destellos deslumbrantes y

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