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Haber Vivido. Eloy Sánchez

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<strong>Haber</strong> vivido \49me recuerdan muy vivamente a su madre. Además de la incuestionable huellagenética, sucede que cuando se quiere tanto a una persona se tiende, de modoconsciente o no, a emularla. Se interiorizan sus gestos, su manera, su modo de ser,y, cuando menos se piensa, aflora aquel estilo en nuestra forma de expresarnos. Secumple así el profundo deseo de que algo de aquella persona que tanto quisimossiga presente en nuestra vida. Esto le sucede a nuestro poeta con su madre. Éllo ha dicho maravillosamente en su espléndido poema “Siempre”, que terminadándonos cuenta de un encuentro con ella:Ambos reconocemos que ese encuentro es la vida,el relámpago eterno de amor que nos fue dadodel todo y para siempre. Y otra cosa no hay.Su madre fue una persona buenísima, simpática, entrañable; esas cualidadessuyas se advertían nada más verla. De ella habla el poeta en el emocionantefinal del poema “Una temporada en el infierno”, del libro La certeza. A ella le hadedicado algunos poemas que están entre los más hermosos y conmovedores detoda su obra, por ejemplo: “A lo lejos”, del libro Elegías, “Madre”, del libro Oír la luz,y el ya citado “Siempre”, del libro Sueño del origen.Recuerdo también al pintor Ramón Gaya, una de las personas más importantesen la vida de <strong>Eloy</strong>, y sin duda decisiva en su formación. Fui yo mismo quien lospresentó en el año 1979. Unos días antes le había regalado a Gaya el primer libro,en aquella fecha el único, de Sánchez Rosillo: Maneras de estar solo. Al pintorle encantó, lo leyó de un tirón en una sola tarde, y al día siguiente me comentómuchos de sus poemas, y versos, y hasta alguna de las palabras empleadas porel poeta. El poema “Tarde de junio” era uno de sus preferidos. No olvido que meseñaló estos versos:En un rincón del cuartobrilla la enredadera de la música.Le parecía acertadísima la elección de la palabra brilla. Recuerdo que me dijo:“Otro cualquiera habría escrito con toda probabilidad suena, pero un poeta ahíescribe brilla”; y añadió: “Llama a tu amigo, que quiero saludar a un verdaderopoeta”. Durante los días que siguieron visitamos casi a diario a Ramón Gaya,solíamos cenar y conversar con él hasta bien avanzada la noche. A menudo,después de dejar a Gaya en su hotel, nosotros prolongábamos la conversaciónvolviendo sobre los temas tratados o comentando las opiniones y juiciosdel propio Gaya. Éramos conscientes del privilegio que suponía tratarlo. Con

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