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Haber Vivido. Eloy Sánchez

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60 /<strong>Haber</strong> vividola buena soledad es ya el mejor fundamento de un escritor. Pero enseguida se diocuenta de que no se trataba de ir a ninguna parte, dando pasos, sino de quedarseen posesión de lo que ya tenía desde siempre —lo que todo ser humano tiene porel hecho de existir, aunque sólo unos pocos elegidos logran llevarlo a la plenitud—,y de aprender sin esfuerzo, pero con intensísima atención, a verlo, a “serlo”.Quedarse cerca de sí mismo, no alejarse de sí mismo, no separarse de sí mismo.No dejarse tentar por apariencias de avance, de madurez. Se madura sin querer. O,mejor, uno ya estaba en la madurez desde el principio. Como bajo la sombra de unárbol protector. Se trataba sólo de evitar toda dispersión, y hacerse fuerte en unomismo. (Esto es la antítesis del solitario o del misántropo, que se hacen débilesdentro de sí mismos.)Todos tenemos un “alma grande” como Tolstói o como San Juan de la Cruz. Peroen ellos el alma grande tiene lugar, tiempo y circunstancia para manifestarseplenamente. Otras personas la muestran de manera discontinua, o en un solomomento sencillo o deslumbrante que la vida les depara. (Como también hayacaso quien muere, en la desesperación, sin haber sabido nunca que la tuvo.)Yo creo, aunque sea el tiempo venidero el que tenga la última palabra, que, en supoesía, poco a poco, sobre todo en los últimos tiempos, <strong>Eloy</strong> la ha dejado aparecer,sin estridencia alguna. Si cayó en la cuenta de ello, en un instante determinado, sualegría debió de ser inmensa, y lo llenaría de felicidad.La evolución de <strong>Eloy</strong> Sánchez Rosillo ha sido pues, en realidad, un mantenimiento,un reconocimiento, y en su tercer libro, Elegías, está ya, plenamente, con totallimpidez, el fruto de esa renuncia a lo exterior, a lo accidental. Lo cual no implicauna difícil “pureza” — aunque él sea un poeta muy puro—, sino una claridad jugosay bruñida, un sereno esplendor imaginativo, y una amenidad trascendente.Con un ejemplo, tomado de mi vida familiar, puedo quizás explicar mejor la actitudde <strong>Eloy</strong> en sus primeros contactos con la inspiración, según algunas cosas que lehe escuchado, o que yo mismo he intuido.Hace años, en las largas tardes de invierno, cuando mis hijos eran aún muy, muyjóvenes, solía ocurrir que alguno de ellos venía al salón, donde me encontrabayo leyendo o tomando alguna nota, sentado en una butaca. En silencio, para nomolestarme, mi hijo miraba entre los libros de la biblioteca, y, a lo mejor, elegía unode ellos que llamaba su atención. Y lo hojeaba, allí de pie, un par de minutos. Yono decía nada, no hacía nada, no se me ocurría romper el momento, animándolo:“Ese libro está muy bien”. (Aunque habitualmente estaba siempre aconsejándolescosas, no lo hacía en instantes así). Dejaba pasar ese tiempo intenso y callado,fingiendo seguir en mi tarea. Muy a menudo, el pequeño milagro se producía. Mi

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