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Haber Vivido. Eloy Sánchez

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90 /<strong>Haber</strong> vividode una voz entrañable y, por eso mismo, amiga. Lo asombroso de todo esto esque desde el primer momento uno intuye —o, más que intuir, sabe— que no existeninguna diferencia entre esa voz que escuchamos en estos límpidos poemas yla persona que los hizo, y luego acierta. Yo ya era amigo de <strong>Eloy</strong> Sánchez Rosilloantes de tratarlo, pero mi inmensa suerte es disfrutar de su imprescindiblecompañía, tan necesaria como sus versos.La última vez que estuvimos todos juntos en Murcia fue un caluroso día de junio,como suelen serlo casi todos los de ese mes en aquella ciudad. Hablamos mucho,bebimos algunas copas; también nos reímos mucho. Fuimos allá en tren y, cuandonos tocó volver a Elche, <strong>Eloy</strong> quiso acompañarnos a la estación del Carmen.Propuso seguir un trayecto por donde se atajaba, y lo calculó todo —él siempre esprevisor y exacto en todo lo relacionado con el tiempo— para que llegáramos altren de Alicante en el preciso minuto de la hora justa de partida. Promediado elcamino, no lejos ya de la estación, tuvimos que sortear un gran rastrillo instaladoen un antiguo cuartel militar. Había allí mil cachivaches y objetos inservibles,incluidos un buen número de motocicletas y coches antiguos, acumulado todobajo un sol cegador con tal caos que nos cerraba el paso. Parecía un sueño.Tratamos de evitar aquello, hasta que encontramos por dónde seguir. Sabíamosque resultaba casi imposible llegar a tiempo, pero aun así anduvimos muy deprisa,bromeando sobre la resistencia de cada uno. Finalmente llegamos sudorosos y unpoco jadeantes a la estación, cruzamos el paso subterráneo que conducía hastanuestro andén y, cuando ya lo alcanzábamos y hasta podíamos tocarlo, el trenpartía cerrando sus puertas…Fue cosa de segundos, de dos o tres segundos… El cálculo falló por aquelimprevisto del mercado. <strong>Eloy</strong> tuvo la atención de acompañarnos a Bárbara, mimujer, y a mí hasta la salida del siguiente tren. Nos sentamos un rato. La luz dela tarde, aún muy intensa, empezaba a declinar. Durante unos instantes nuestroamigo cayó en uno de sus ensimismamientos. Pensaba en otra cosa de las queestábamos comentando; se le veía algo ausente, abstraído. Entonces nos evocó unsueño recurrente que solía tener en otra época. De ese sueño habla «Trenes», unpoema de Oír la luz que en ese momento yo no recordaba. En él relata cómo quierepartir junto a otros seres queridos, «personas sin las cuales / no podía siquieraimaginar mi vida». Aquellos trenes soñados «de forma indefectible, se ponían enmarcha / unos momentos antes de que yo me subiera, / y por más que corría trasellos como un loco / no podía alcanzarlos / e iban desvaneciéndose a lo lejos».<strong>Eloy</strong> siguió unos minutos turbado y pensativo, como si en plena vigilia le hubiesetocado volver a vivir aquel viejo sueño. «Vosotros no os habéis marchado», nosdijo, «pero la sensación es casi la misma». Posteriormente, nos abrazamos y nos

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