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EL TAXI DE CATALUNYA ESTRENA LLEI Sentència ferma del ...

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TaxiLleureLa hoja de MaribelMaribel SilvaEl ticEsta historia también tiene miga... Estoy seguro de que nose la van a creer, que van a decirme que cosas así nopasan, ni siquiera en el taxi. Pero, de todas formas, voy aexplicarla, y cada uno que piense lo que quiera.Un día cualquiera, subía yo por la Rambla. Conducía tranquilo,había desayunado bien, con la Araceli... Me sentíarelajado, bien. En esto que veo que un joven me hace señascon el brazo levantado. Me dirijo hacia él y, casi a su altura,ya parando, me hace con la cabeza que no. "Bueno",pensé, "se habrá arrepentido. No es nada nuevo, esto pasaa veces". Me disponía a reanudar la marcha cuando, en esemismo momento, veo que ahora me dice que sí con lacabeza. "¡Jo!, a ver si nos decidimos, joven", dije para mí,y paré. Subió al taxi, se sentó, lo miré por el retrovisor y...¿qué vi? Pues que lo que tenía el joven era un tic. El pobreno paraba con la cabeza de aquí para allá, sin respiro, dearriba abajo, de izquierda a derecha... "¡Ay, madre, que seliará el viaje!", pensé.—¿Hacia dónde? —le pregunté, poniendo en ello toda laatención de que era capaz.—Mire, voy a una tienda de la calle Aragón, ya le indico yo.—Al hombre le costaba hablar.— Usted vaya Paseo deGracia arriba, está nada más doblar Aragón. Yo le indico.Así es que salí, enlacé con Paseo de Gracia, me situé a laizquierda, cuando se encendió el semáforo doblé y, ya en lacalle Aragón, miré por el retrovisor y le dije:—¿Estamos cerca? —El pasajero contestó moviendo lacabeza de izquierda a derecha.— ¿No? ¿Sigo entonces?—Y veo su cabeza agitándose de arriba abajo...— Vale,vale, sigo entonces...—¡Nos hemos pasado, oiga, nos hemos pasado! —me dijo."¡Jo con la cabecita de marras!", pensé, pero claro, ya estábamosentrando en la calle Balmes... Venga, vuelta aempezar. Tiro hacia abajo, y en esas que el hombre, señalandocon el dedo, me indica que entre por la calle Vergara.Yo, sin dudarlo un instante, enfilé el taxi por donde me indicaba...pero claro, enseguida me di cuenta de que tampocopodría acceder a Paseo de Gracia. El pasajero me habíaliado de nuevo... ¡Otra vueltecita más!El hombre estaba cada vez más nervioso. Ahora, además<strong>del</strong> movimiento de cabeza arriba-abajo, izquierda-derecha,ponía los ojos en blanco al tiempo que abría la boca, parainmediatamente cerrarla y soplar, apretando los labios ybajando la cabeza hasta la altura de los hombros. Estaballeno de tics, el pobre. Paré el taxi y le dije:—A ver, vamos a serenarnos. ¿No me puede decir usted elnúmero, o al menos el nombre <strong>del</strong> establecimiento?Y él no hacía más que abrir la boca y mirar hacia arriba, losojos en blanco y la cabeza agitándose de arriba abajo, deizquierda a derecha; la agachaba, resoplaba... Cada vezsoplaba con más fuerza. Soplaba tanto que creo que lesalía aire hasta por las orejas. No podía sacarlo de ahí."¡Jo Manolo, estás ‘apañao’!", pensé. Definitivamente sehabía puesto tan nervioso que ya no atinaba a explicarse,ya era imposible... En estas que saca un móvil <strong>del</strong> bolsillo yllama:—¿Encarna? Mi… mira que estoy aquí en un taxi. ¿Co…cómo se llama la tienda...?Apaga el móvil y me dice:—Fe-fe... fee-fe...—¿La ferretería...? —le dije, pero sin mirarlo, porque si lomiraba, me perdía con los golpes de cabeza afirmativosnegativos."Bueno", pensé, "será la ferretería que hay nada másdoblar a calle Aragón". Llego a esa altura, paro y le digo:—¿Es aquí, no? —el hombre negaba con la cabeza—. Aver, joven, así es imposible seguir. Por favor, vuelva a llamaral número de antes y ya me pondré yo, a ver si así nos aclaramosde una vez y me dicen dónde va usted.Efectivamente, me pasó el móvil y hablé. Era su hermana.—¿Oiga?, soy el taxista —le dije.—¿Y a mí qué me importa? —me contestó.—Perdone, pero es que tengo a este joven que le llamóantes a usted...—Sí, es mi hermano —me dijo—. Pero ya le he dicho queno cogiera ningún taxi; es a patita como tiene que ir.—Pero, señora, que yo no tengo ninguna culpa...—Ya lo sé, perdone usted, pero es que me tiene frita...Como tiene ese tic, anteayer lo tuve que ir a recoger a laterminal B <strong>del</strong> aeropuerto. Un poco más y se me embarca.Déjelo por favor en la ferretería, es allí donde tiene que ir. Yespero que sepa pedir lo que me tiene que traer.Lo dejé allí y, mientras me alejaba, por el retrovisor vi losgolpes de cabeza que daba, el pobre. Pensé: "Jo, con loscachivaches que hay en una ferretería, no quisiera estar yoen el pellejo <strong>del</strong> empleado que lo atienda. ¡Es capaz deponerle la tienda patas arriba!"Voy a llamar a la Araceli...—Araceli, oye, si para comer pasamos de la verdura tecuento lo que me acaba de pasar. Que sí, mujer, que hasido toda una historia. Ya lo verás. Vale, adiós, hasta luego.¿Se lo creen? Bueno, ustedes mismos...54 REVISTA <strong>TAXI</strong> 156 • JUNY-JULIOL 2003

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