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The Ruta Magazine nº 6 Julio 2015

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Superada la puerta principal del recinto, una pequeña recta con algunos coches aparcados, hizo deimprovisada anfitriona, antes de verme arrastrado en la vorágine de este coqueto santuario de la velocidadmaña; invadido desde muy temprano por una masa variopinta de personas y Vespas. Giré a laizquierda (como siempre) buscando en un mar colorido y vivo-de roulottes, tiendas de campaña, furgonetas,autocaravanas y aspirantes a motorhomes- de equipos rivales, el lugar donde se suponíaque mi equipo había montado todo el “operativo relax” para la carrera.Notaba como debajo de mis fieles gafas de sol Ray-Ban, mis ojos librabanuna feroz batalla, entre lo que mi cerebro les ordenaba quemirasen –de forma consciente- y lo que ellos pensaban que teníanque mirar –de forma inconsciente. Que no era otra cosa que la agujereadavalla que acotaba todo el perímetro del circuito, y detrásde esta, las aguerridas Vespas arrancándose con saña las pegatinas,enseñándonos sus picados dientes y sus feroces credenciales.Muchacho esto no es el Mundial de motociclismo, ni una pruebadel CEV, pero vaya tela, pensé asombrado, porque a pequeña escalay sin complejos a la vista, todo aquello cumplía con creces su papel,que no era otro que proponer a los que nos acercábamos hambrientosde velocidad, sensaciones fuertes y adrenalina pura; un lugardonde desparramarse con relativa seguridad sin miedo a dejarse lossesos en el asfalto. En una reyerta desigual contra un crono que, petulante,señalaba en la corta recta principal la hipnótica cifra de 24:00.Hace años que sé que no tengo madera de héroe, ni se me espera en sufantástica superliga, así que no tardé demasiado en llamar a casa, confesandoque “había llegado muy bien, pero que… yo en ese circuito no memetía ni loco a rodar y menos todavía a competir. Y que…de todas lastonterías realizadas en mi azarosa vida (demasiadas) ésta se llevaba elpremio gordo y todos los reintegros”. Estaba sobrepasado por los acontecimientose incapacitado para semejante aberración a plena luz de día y enhorario infantil. Al otro lado del móvil, un demoledor “¡pero tú que te esperabas!”zanjó rápidamente la cuestión sellando mi destino a corto plazo.Alejados y aislados en su burbuja racer el “VDM SCOOTER TEAM” comoequipo de adopción temporal, esperaban en el bullicioso y concurrido padock,mi alunizaje, a la vez que aderezaban el minúsculo box asignadopor la organización y ponían requeteguapa la vespa con el dorsal 167. Sinimaginarse que la oveja negra (por el color del mono prestado para la ocasiónpor mi amigo Rafa Correal) iba balando su deserción camino del establox. Por lo tanto, extrañosa esas primeras impresiones, no a pie de muro sino de valla, -aquellas que dicen que son las que cuentany las definitivas- al verme aparecer, me recibieron como a un piloto más y con los brazos abiertos.De pronto rodeado de gente extraña y de un ruido ensordecedor de motos en pie de guerra, este competitivopuzzle comenzaba a encajar y a tener cierto sentido, y junto a aquellas personas que veía porprimera vez (David Arujo “Vespa Desert”, Silfredo “La Travespera”, el propio Bernardo “Viveslamoto”y más tarde: Marta y Sergio, a Xavi ya lo conocía del programa de TV, Motosx1000), el sueño de subirsea una Vespa y completar 24 horas sin morir en el intento, tomaba visos de inmediata realidad.Pasado el tiempo de las presentaciones, y de las múltiples fotos en el recargado photocall, y embutidosen aquel extraño universo de Vespas y ajustados cueros, supliqué un plan B a mi equi-

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