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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong> <strong>Lolita</strong><br />
sombra, desfigurado por el claroscuro y por su propia desnudez, con el pelo<br />
negro y mojado, o lo que subsistía de él, pegoteado en la redonda cabeza, el<br />
bigotillo convertido en un tizne húmedo, la lana de su pecho extendida como un<br />
trofeo simétrico, el ombligo palpitante, las piernas hirsutas y cubiertas de gotas<br />
luminosas, sus pantalones de baño rígidos negros empapados, henchidos y<br />
tensos sobre el gran bulto toruno de su bestialidad invertida y escindida como un<br />
escudo acolchado. Y mientras miraba a su cara oval y atezada, comprendí que si<br />
algo había reconocido en él era el reflejo de la actitud de mi hija: la misma<br />
beatitud, la misma expresión, aunque horriblemente desfigurada por su<br />
masculinidad. También comprendí que la niña, mi niña, se sabía observada, que<br />
gozaba con la lujuria de esa mirada y hacía alarde de risas y jugueteos, la perra<br />
inmunda y adorada. Como perdió la pelota al querer atraparla, cayó de espaldas,<br />
pedaleando con sus jóvenes piernas obscenas en el aire. Hasta mí llegó el<br />
almizcle de su excitación. Entonces vi, petrificado por una especie de sagrada<br />
repulsión, que el hombre cerraba los ojos y descubría sus dientes pequeños,<br />
horriblemente pequeños y uniformes, mientras se apoyaba en un árbol donde<br />
pululaban una multitud de príapos moteados. Inmediatamente después ocurrió<br />
una transformación maravillosa. Ya no fue un sátiro, sino un primo suizo de buen<br />
natural y un poco ridículo, el Gustave Trapp que he mencionado hace poco y que<br />
solía compensar sus «borracheras» (bebía cerveza con leche, el puerco) con<br />
prodigiosos levantamientos de pesas que lo hacían temblar y resoplar a la orilla<br />
de algún lago, con su traje de baño –por lo demás muy completo– que dejaba<br />
airosamente un hombro al descubierto. Este otro Trapp me distinguió desde lejos<br />
y restregándose el cuello con la toalla, se volvió con falsa despreocupación hacia<br />
la pileta. Como si el sol se hubiera retirado del juego, Lo abandonó su actividad,<br />
ignorando la pelota que el terrier había dejado ante ella. ¿Quién podrá saber las<br />
angustias producidas en un perro por nuestros juegos discontinuos? Empecé a<br />
decir algo, pero me senté en el césped con un dolor monstruoso en el pecho y<br />
vomité un torrente de cosas verdes y negras que no recordaba haber comido.<br />
Vi los ojos de <strong>Lolita</strong>: más que asustados, parecían calculadores. Le oí decir<br />
a una amable señora que su padre tenía un ataque. Después yací largo rato en<br />
una chaise longue, tragando vaso tras vaso de gin. A la mañana siguiente, me<br />
sentí lo bastante fuerte como para seguir viaje (cosa que años después ningún<br />
médico quiso creer).<br />
22<br />
La cabina de dos cuartos que habíamos reservado en un alojamiento de<br />
Elphinstone resultó pertenecer al tipo de construcciones de luciente pino que<br />
tanto gustaba a Lo en los días de nuestro despreocupado viaje anterior. ¡Oh, qué<br />
diferentes eran las cosas ahora! Después de todo... Bueno, en verdad... Después<br />
de todo, señores, se hacía cada vez más evidente que todos esos detectives<br />
idénticos en automóviles cambiantes eran ficciones de mi manía de persecución,<br />
imágenes tautológicas basadas en la coincidencia y el parecido casual. Soyons<br />
logiques, decía la parte gálica de mi cerebro, y desarraigaba la noción de un<br />
viajante de comercio o un gángster de comedia, chiflado por <strong>Lolita</strong>, que me<br />
perseguía y burlaba y sacaba no poco provecho de mis extrañas relaciones con la<br />
ley. Recuerdo que hasta desarrollé una explicación de la llamada telefónica desde<br />
«Birdsley»... Pero si podía olvidar a Trapp, si había olvidado mis convulsiones en<br />
el jardín de Champion, no podía hacer lo mismo con la angustia de saber a <strong>Lolita</strong><br />
tan inasequible, tan remota y adorada en las vísperas de una nueva etapa,<br />
cuando mis alambiques me decían que dejaría de ser una nínfula, que dejaría de<br />
torturarme.<br />
En Elphinstone me aguardaba una nueva preocupación, abominable,<br />
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