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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong> <strong>Lolita</strong><br />
verbales se convierten quizá en turistas reales. ¿Quién era «Johnny Randal,<br />
Ramble, Ohio»? ¿O era una persona de verdad que tenía una caligrafía similar al<br />
autor de «N. S. Aristoff, Catagela, N. Y.»? ¿Qué era eso de «Catagela»? ¿Y cómo<br />
se explicaba «James Mayor Morell, Hoaxton, Inglaterra», «Aristófanes»,<br />
«hoax»... 13 eso estaba claro, pero, ¿qué era lo que no comprendía?<br />
Había en toda esa seudonimia una tensión que me provocaba palpitaciones<br />
especialmente dolorosas. Cosas como «G. Trapp, Geneva, N. Y.», demostraban<br />
la traición de <strong>Lolita</strong>. «Aubrey Beardsley, Quelquepart Island» sugerían más<br />
lúcidamente que el mensaje telefónico que los comienzos de la aventura debían<br />
situarse en el este. «Lucas Picador, Merrymay, Pa.», insinuaba que mi Carmen<br />
habían revelado mi patético sentimentalismo al impostor. Horriblemente cruel,<br />
por cierto, era «Will Brown, Dolores, Colo.». El lúgubre «Harold Haze,<br />
Tombstone, Arizona» (que en otras épocas habría suscitado mi sentido del<br />
humor) sugería una familiaridad con el pasado de la niña e insinuaba como en<br />
una pesadilla que mi presa era un amigo de la familia, quizá un antiguo amor de<br />
Charlotte, quizá un «enderezador de entuertos» («Donald Quix, Sierra, Ne.»).<br />
Pero el dardo más punzante fue el anagrama anotado en el registro de «El<br />
Castaño»: «Ted Hunter, Cane, N. H.» 14 .<br />
Los números de las chapas de automóviles garabateados por todos esos<br />
Personajes y Orgon y Morrel y Trapp sólo me confirmaron que los encargados de<br />
los alojamientos omiten verificar si los automóviles de sus huéspedes están<br />
correctamente registrados. Desde luego, las referencias –indicadas de manera<br />
incompleta o incorrecta– a los automóviles alquilados por el demonio para sus<br />
etapas entre Wace y Elphinstone eran inútiles. El número del rojo inicial era un<br />
rompecabezas de números traspuestos, omitidos o alterados, pero formando<br />
combinaciones con referencias mutuas (tales como «WS 1564» y «SH 1616» y<br />
«Q 32888» y «CU 883222»), tan hábilmente urdidas que casi nunca revelaban<br />
un común denominador.<br />
Se me ocurrió que después de entregar aquel convertible a cómplices<br />
suyos, en Wace, algún sucesor pudo ser menos cuidadoso e inscribir en la<br />
administración de algún hotel el arquetipo de esas cifras correlacionadas. Pero si<br />
localizar al demonio a lo largo de un camino que, según me constaba, había<br />
atravesado, era cosa tan vaga y estéril, ¿cómo rastrear a conductores<br />
desconocidos que habían viajado por caminos desconocidos?<br />
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Cuando llegué a Beardsley, en el transcurso de la terrible recapitulación<br />
que ya he discutido con bastante extensión, habíase formado en mi mente una<br />
imagen completa. Y a través del siempre azaroso proceso de eliminación había<br />
reducido esa imagen a la única fuente concreta que podía suministrar la<br />
celebración morbosa y la memoria embotada.<br />
Salvo el reverendo Rigor Mortis (como lo llamaban las niñas) y el anciano<br />
caballero que enseñaba alemán y latín (materias optativas), no había profesores<br />
varones en Beardsley School. Pero en dos ocasiones especiales, un profesor de<br />
historia del arte de Beardsley College había visitado la escuela para mostrar a las<br />
alumnas en una linterna mágica fotografías de castillos franceses y de cuadros<br />
del siglo XX. Yo habría deseado asistir a esas proyecciones y conferencias, pero<br />
Dolly, como de costumbre, me pidió que no lo hiciera. Recuerdo asimismo que<br />
Gastón se había referido a ese conferenciante como un garçón brillante, pero eso<br />
era todo; la memoria se negaba a suministrar el nombre del aficionado a los<br />
13 «Impostura, engaño».<br />
14 Anagrama de Enchanted Hunter, «cazador encantado».<br />
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