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Lolita - Vladimir Nabokov

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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong> <strong>Lolita</strong><br />

un amigo mayor, apuesto, de intensa virilidad... demasiado tarde. La casa toda<br />

vibró súbitamente con la voluble voz de Louise, que contaba a la señora Haze,<br />

recién llegada de la calle, cómo ella y Leslie Thomson habían encontrado algo<br />

muerto en el sótano, y <strong>Lolita</strong> no iba a perderse semejante cuento.<br />

Domingo. Cambiante, malhumorada, alegre, torpe, graciosa, con la acre<br />

gracia de su niñez retozona, dolorosamente deseable de la cabeza a los pies<br />

(¡toda Nueva Inglaterra por la pluma de una escritora!), desde el moño hecho a<br />

toda prisa y las horquillas que sostienen el pelo hasta la pequeña cicatriz de su<br />

pierna (donde un patinador le dio un puntapié, en Pisky), un par de centímetros<br />

sobre la gruesa media blanca. Se ha ido con su madre a casa de los Hamilton,<br />

para una fiesta de cumpleaños o cosa así. Falda amplia de algodón. ¡Precioso<br />

cachorro!<br />

Lunes. Mañana lluviosa. Ces matins gris si doux... Mi pijama blanco tiene<br />

dibujos lilas en la espalda. Parezco una de esas infladas arañas pálidas que se<br />

ven en los jardines viejos. Sentadas en medio de una tela luminosa y sacudiendo<br />

levemente tal o cual hebra. Mi red está tendida sobre la casa toda, mientras<br />

aguzo el oído desde mi silla, como un brujo astuto. ¿Estará Lo en su cuarto? Tiro<br />

suavemente del hilo de seda. No está. Oigo el staccato del cilindro de papel<br />

higiénico que gira; y mi filamento no ha registrado pisadas desde el cuarto de<br />

baño hasta su cuarto. ¿Seguirá cepillándose los dientes? (El único acto sanitario<br />

que Lo cumple con verdadero celo). No. La puerta del cuarto de baño acaba de<br />

abrirse, de modo que habrá que buscar en alguna otra parte de la casa la<br />

hermosa presa de tibios colores. Tendamos una hebra por la escalera. Así<br />

compruebo que no está en la cocina, abriendo la heladera o chillando a su<br />

detestada mamá (la cual ha de gozar en su tercera conversación telefónica de la<br />

mañana, arrulladora, amortiguadamente alegre). Bueno, busquemos a tientas y<br />

esperemos. Me deslizo con el pensamiento hasta el saloncito y encuentro callada<br />

la radio (y mamá sigue hablando suavemente con la señora Chatfield o la señora<br />

Hamilton, sonriendo, ahuecando la mano libre sobre el teléfono, negando<br />

implícitamente que niegue esos divertidos rumores, susurrando con la intimidad<br />

que nunca tiene esa mujer resuelta cuando habla cara a cara). ¡De modo que mi<br />

nínfula no está en ninguna parte de la casa! ¡Se ha ido! Lo que imaginé como<br />

una onda prismática resulta apenas una telaraña gris; la casa está vacía,<br />

muerta. Y entonces llega la risilla dulce y suave de Lo a través de mi puerta<br />

entreabierta. «No le digas a mamá que me he comido todo tu jamón». Salto<br />

afuera. Ya se ha ido. <strong>Lolita</strong>, ¿dónde estás? La bandeja de mi desayuno,<br />

amorosamente preparado por mi huéspeda, me mira desabridamente, esperando<br />

que lo coma. ¡<strong>Lolita</strong>, <strong>Lolita</strong>!<br />

Martes. Las nubes volvieron a impedir el picnic en ese lago inalcanzable.<br />

¿Es una maquinación del destino? Ayer me probé ante el espejo un par nuevo de<br />

pantalones de baño.<br />

Miércoles. Por la tarde, Haze (zapatos razonables, traje sastre) dijo que<br />

iría a la ciudad a comprar un regalo para el amigo de una amiga, y me pidió que<br />

la acompañara, ya que tenía yo tan buen gusto para tejidos y perfumes. «Elija su<br />

preferido», ronroneó. ¿Qué podía hacer Humbert, especialista en perfumes? Me<br />

había arrinconado entre su automóvil y la entrada. «Apúrese», me dijo, mientras<br />

yo doblaba laboriosamente mi ancho cuerpo para subir al auto (sin dejar de<br />

pensar con desesperación en una escapatoria). Haze había puesto en marcha el<br />

motor y refunfuñaba delicadamente contra un camión que daba marcha atrás,<br />

después de llevar a la vieja e inválida señorita Vecina una nueva silla de ruedas,<br />

cuando llegó la voz aguda de mi <strong>Lolita</strong> desde la ventana del salón: «¡Eh, ustedes!<br />

¿Adonde van? ¡Yo voy también! ¡Esperen!» «¡Ignórela», gruñó Haze (ahogando<br />

el motor). Tanto peor para mi gentil conductora: Lo ya abría la puerta de mi<br />

lado. «Esto es intolerable», empezó Haze; pero Lo ya se había metido dentro,<br />

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