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Lolita - Vladimir Nabokov

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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong> <strong>Lolita</strong><br />

Me senté junto a mi mujer tan silenciosamente que se sobresaltó.<br />

—¿Nos bañamos? –dijo.<br />

—Dentro de un minuto. Déjame seguir pensando una cosa...<br />

Pensé. Pasó más de un minuto.<br />

—Bueno. Ahora, vamos.<br />

—¿Figuraba yo en esos pensamientos?<br />

—Sí, desde luego.<br />

—Ojalá que sea así... –dijo Charlotte, entrando en el agua, que puso piel<br />

de gallina en sus pesados muslos.<br />

Entonces, juntando las manos extendidas, apretando la boca y<br />

componiendo una expresión muy poco agraciada bajo su gorra de baño negra,<br />

Charlotte se zambulló entre grandes salpicaduras.<br />

Ambos nadábamos lentamente en el trémulo resplandor del lago. En la<br />

orilla opuesta, a unos mil pasos (si es que puede uno caminar sobre el agua),<br />

pude distinguir las siluetas minúsculas de dos hombres que trabajaban como<br />

castores en la playa. Sabía exactamente quiénes eran: un policía retirado de<br />

origen polaco y el plomero retirado que poseía casi toda la madera a esa orilla<br />

del lago. Sabía también que estaban construyendo un embarcadero, sólo por la<br />

triste diversión que eso les deparaba. Los golpes que llegaban hasta nosotros<br />

parecían mucho más grandes que cuanto podríamos distinguir de los brazos y<br />

herramientas de esos enanos. En verdad, era como si el encargado de esos<br />

efectos sonoros trabajara a destiempo con el titiritero, sobre todo porque el<br />

pesado resonar de cada golpe diminuto se arrastraba más allá de su versión<br />

visual. La breve franja de arena blanca que era «nuestra playa» –de la cual nos<br />

habíamos apartado un poco en busca de profundidad–, estaba vacía en días de<br />

trabajo. No había nadie en torno de nosotros, salvo las dos figurillas tan<br />

ocupadas de la orilla opuesta y un aeroplano particular color rojo oscuro que<br />

planeó sobre nosotros y desapareció en el azul. El lugar era, en verdad, perfecto<br />

para un súbito crimen entre burbujas, y contaba además con un detalle<br />

interesantísimo: el hombre de ley y el hombre de agua, bastante cerca para<br />

presenciar un accidente y bastante lejos para no observar un crimen. Estaban<br />

bastante cerca para oír a un bañista enloquecido que se agitara y pidiera a gritos<br />

que alguien salvara a su mujer a punto de ahogarse; y estaban demasiado lejos<br />

para distinguir (si miraban demasiado pronto) que el nadador desesperado<br />

sujetaba a su mujer debajo del agua. Todavía no me encontraba en esa etapa;<br />

sólo quiero expresar la facilidad del acto, lo cuidado del planteo. Mientras tanto,<br />

Charlotte seguía nadando con concienzuda torpeza (era una sirena muy<br />

mediocre), pero no sin cierto solemne placer (¿acaso no estaba su tritón junto a<br />

ella?); y al tiempo que yo observaba, con la rigurosa lucidez de una futura<br />

meditación (es decir, tratando de ver las cosas como recordaría haberlas visto),<br />

la vítrea blancura de su cara mojada tan poco tostada a pesar de todos sus<br />

esfuerzos, y sus labios pálidos, y la desnuda frente convexa, y la tensa gorra<br />

negra, y la carnosa nuca mojada, me dije que cuanto debía hacer era quedarme<br />

a la zaga, tomar aliento, atraparla por el tobillo y sumergirme con mi cadáver<br />

cautivo. Digo cadáver porque la sorpresa, el pánico y la falta de experiencia la<br />

harían aspirar de golpe un mortal galón de lago, mientras yo la sujetaría por lo<br />

menos durante un minuto, con los ojos abiertos bajo el agua. El gesto fatal pasó<br />

como la cola de un cometa a través de la blancura del crimen completa. Era<br />

como un terrible ballet silencioso: el bailarín sostenía a la bailarina por los pies y<br />

se hundía en la penumbra cristalina. Yo no podía subir a la superficie en busca de<br />

un bocado de aire, sin dejar de sujetarla bajo el agua, para después volver a<br />

sumergirme tantas veces como fuera necesario. Y sólo cuando el telón cayera<br />

para siempre sobre ella, me permitiría pedir auxilio. Y cuando veinte minutos<br />

después, los títeres cada vez más grandes llegaran en un bote a remo, pintado a<br />

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