EL PAPADO ES EL ANTICRISTO
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muestra ataviado en ropas de seda. Los miembros de su rebaño llenan alternativamente la<br />
iglesia y el teatro, y corren con indecente prisa desde los supersticiosos ritos efectuados ante<br />
las tumbas de los mártires a los juegos y deportes del circo. La "apostasía" se ha instalado<br />
cabalmente. La corrupción crece con la corriente de los siglos. Se conforma a sí misma en un<br />
sistema, construye error sobre error, y los puntales mismos rayan todos con las<br />
presuposiciones y falsedades. La organización en la cual se consagra, necesaria y<br />
naturalmente encuentra para sí un jefe o cabeza. Entonces llega el Papa y su jerarquía. El<br />
"Hombre de Pecado" ha aparecido.<br />
Él es visto levantándose de la tierra de un Cristianismo paganizado. Igual que el suelo<br />
del cual brotó, él es pagano en esencia aunque Cristiano en apariencia. Varios notables<br />
eventos le ayudaron a alcanzar su plena estatura. Tenemos que indicar, unos pocos –no<br />
todos– de ellos, porque es imposible escribir la historia de trece siglos en un breve capítulo.<br />
El primer evento que contribuyó, y contribuyó esencialmente para el desarrollo del<br />
Papado, fue el alejamiento del Emperador desde Roma. De haber César continuado<br />
residiendo en su antigua capital, él, como dice el dicho, se habría "sentado" sobre el Papa, y<br />
este eclesiástico aspirante no hubiera podido lanzarse hacia arriba hasta ser el poderoso<br />
potentado que la profecía había predicho. Pero Constantino (334 D.C.) se trasladó a la nueva<br />
Roma en el Bósforo, dejando la vieja capital del mundo al Obispo de Roma, quien fue de allí<br />
en adelante el primer y más influyente personaje en esa ciudad. Fue entonces, probablemente,<br />
que la idea de fundar una monarquía eclesiástica se sugirió a sí misma ante él. Él había<br />
resultado heredero, por lo que debe haber parecido un afortunado accidente, para la antigua<br />
capital del mundo; él era, por otra parte, poseedor de la silla de Pedro, o creía serlo, y además<br />
de esas dos cosas –la antigua ciudad de los Césares y la antigua silla del apóstol, podría aún<br />
ser posible –así, indudablemente, razonó él– fabricar un imperio que un día rivalizaría y aún<br />
sobrepasaría el de los emperadores. Esas cosas, pudo haberse pensado de antemano, sólo<br />
eran pobres materiales para soportar el peso de una empresa tan grande; sin embargo con su<br />
auxilio, y ayudado, indudablemente, por un consejo más profundo que el mero consejo<br />
humano, él proyectó un soberanía que no ha tenido igual sobre la tierra, la cual sobrevivió a<br />
la caída del Imperio Romano, la cual vivió a través de todas las convulsiones y trastornos de<br />
la Edad Media, y que ha alcanzado hasta nuestros días, y tiene el arte de, cuando los hombres<br />
creen que está por expirar, reconcentrar sus poderes, y regresar sobre el mundo.<br />
Por ese tiempo, también, la igualdad que había reinado entre los pastores de la iglesia en<br />
la edad primitiva fue quebrantada. Los obispos reclamaron superioridad sobre los<br />
presbíteros. Ni hubo entonces igualdad entre los obispos mismos. Ellos tomaron la<br />
precedencia, no de acuerdo a sus erudicción, o sus talentos, o su piedad, sino de acuerdo al<br />
rango de la ciudad donde su sede estaba situada. Finalmente, un nuevo y altivo orden se<br />
levantó sobrepasando el episcopado. La Cristiandad fue particionada en cinco grandes<br />
patriarcados –Roma, Constantinopla, Antioquía, Alejandría, y Jerusalén. Esas fueron las cinco<br />
grandes ciudades del imperio, y sus obispos fueron constituidos los cinco grandes príncipes<br />
de la iglesia.<br />
Ahora vino la pregunta trascendental, hasta ahora tan afanosamente agitada: ¿Cuál de<br />
los cinco sería el primero? Constantinopla reclamaba este honor para su patriarca, sobre la<br />
base de que era la residencia del Emperador. Antioquía, Alejandría, y Jerusalén presentaron<br />
cada una su reclamo, pero sin efecto. Constantinopla encontró, sin embargo, una poderosa<br />
rival en la antigua ciudad en las orillas del Tíber. Roma había sido la cabeza del mundo, el