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EL PAPADO ES EL ANTICRISTO

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trono de los Césares, alrededor de ella estaba todavía el halo de un millar de victorias, y que<br />

le daba una misteriosa influencia sobre la imaginación de los hombres, quienes comenzaron a<br />

ver en su obispo el primer eclesiástico del mundo Cristiano. El sufragio popular se había<br />

pronunciado en favor del obispo Romano antes de que su rango hubiera recibido la<br />

ratificación imperial. Él fue instalado como el primero de los cinco patriarcas en el 606 D.C. El<br />

Emperador Focas, disgustado con el obispo de Constantinopla, quien había condenado la<br />

muerte de Mauricio, por la cual Focas despejó su camino hacia la dignidad imperial, hizo a<br />

Bonifacio III obispo universal. El edicto imperial, sin embargo, dio al obispo Romano<br />

solamente la precedencia entre los cinco patriarcas; no le dio poder o jurisdicción sobre ellos.<br />

Mero rango que los obispos de Roma recibieron siendo sólo un honor vacío. Lo que ellos<br />

codiciaban era poder substancial. Su política estaba ahora conformada teniendo en vista<br />

reducir todo el clero de la iglesia en obediencia a la silla Romana, y a exaltar a los Papas a la<br />

suprema y absoluta soberanía. Los siglos transcurrieron, en el curso de los cuales, con la<br />

ayuda de más de un artificio, y bajo la cubierta de muchos pretextos, los obispos Romanos<br />

lentamente extendieron su poder sobre el Oeste. Las tinieblas que acompañaron el descenso<br />

de las naciones Góticas favorecieron sus proyectos en un alto grado. "Las malas mercancías",<br />

dice Puffendorf, en su Introducción a la Historia de Europa, "son mejor vendidas en la<br />

oscuridad, o al menos en una débil luz".<br />

Algunas de las "mercancías" vendidas en esos "oscuros" tiempos fueron suficientemente<br />

notables. De entre muchas, no daremos sino dos ejemplos. Al Emperador Constantino, como<br />

su última voluntad y testamento, se le hizo dejar en herencia a Silvestre, Obispo de Roma, el<br />

Imperio de Occidente entero, incluyendo el palacio, atuendos, y todas las pertenencias del<br />

amo del mundo. Una considerable dote, verdaderamente, para el pobre pescador. Entonces<br />

vino otro "golpe de fortuna" para el papado, en la forma de las decretales de Isidoro. Éste<br />

último mostró a la iglesia, para su sorpresa y deleite semejantes, que sus Papas desde Pedro<br />

en adelante tuvieron el mismo estado, vivieron en la misma magnificencia, y promulgaron su<br />

voluntad pontifical en extractos, edictos, y bulas en el mismo estilo autoritario y señorial que<br />

el de los grandes Papas de la Edad Media. Ambos documentos, es innecesario decirlo, fueron<br />

puras falsificaciones. Ellas son reconocidas por los Romanistas serlo. Ellas no pueden resistir<br />

un escrutinio de un instante en una era iluminada. Pero fueron aceptadas como genuinas en<br />

las tinieblas de los tiempos que le dieron nacimiento, y sobre ellas se fundamentaron vastas<br />

conclusiones. Las falsificaciones de Isidoro fueron constituidas como los cimientos de la ley<br />

canónica, y esa estupenda trama de legislación es todavía mantenida como siendo de<br />

autoridad divina, a pesar de que es ahora reconocida estar fundada en una falsificación.<br />

Las naciones del norte arribaron a Europa del sur en el quinto y sucesivos siglos<br />

ignorantes del Cristianismo. Esa fue otra causa que favoreció el avance del "Hombre de<br />

Pecado". Esas naciones, a su arribo a Italia, encontraron un gran potentado espiritual sentado<br />

en la silla de César. Él les dijo que era el sucesor de Pedro el Apóstol, a quien Cristo había<br />

constituido su Vicario sobre la tierra, con poder para transmitir todas sus prerrogativas,<br />

espirituales y temporales, a sus sucesores en su oficio. Éste fue el único Evangelio que el Papa<br />

siempre predicó a las tribus bárbaras. Ellas no tenían medios de testear la ligitimidad de esos<br />

poderosos reclamos. En el Papa mismo reconocieron una no muy distante semejanza con sus<br />

propios archi-druidas; los ritos de los templos Romanos no eran distintos de la adoración que<br />

habían practicado en sus hogares paganos; ellos tuvieron fácil acceso a la fuente bautismal,<br />

sus creencias y costumbres paganas no constituían un impedimento; nación tras nación

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