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EL PAPADO ES EL ANTICRISTO

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entraron bajo el estandarte Romano, los Francos mostraron el camino, y ganaron para sí<br />

mismos el título de los "más antiguos hijos de la Iglesia". Las naciones Góticas habían<br />

encontrado en el Papa, ante cuya silla ahora se inclinaban, un Padre espiritual común. Así fue<br />

como se logró otra notable etapa en el desarrollo del Papado.<br />

Realzada su dignidad por esta vasta entrada de nuevos súbditos, el Papa se puso a<br />

fortalecer su poder dentro de la Iglesia completando la sujeción y vasallaje del clero. Él no<br />

dejó escapar oportunidad que le ofreciera alcanzar esta finalidad. Desde el siglo quinto los<br />

obispos que vivían de este lado de los Alpes [oeste de los Alpes] acostumbraban ir a Roma a<br />

visitar los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo. Este viaje era voluntario, siendo<br />

emprendido para gratificar la devoción o sentimientos supersticiosos de los píos<br />

excursionistas. En no mucho tiempo esto fue hecho obligatorio, y aquellos que fallaban en<br />

presentarse en el umbral apostólico estaban sujetos al reproche de ser tibios en su devoción a<br />

la Santa Silla. Seguidamente ello fue interpretado en el sentido de que los itinerantes obispos<br />

habían pretendido confirmación en Roma, y que todos los obispos debían ir a aquel lugar<br />

para tal fin. Así entonces vino otro ingreso de prerrogativa y dignidad a la silla papal.<br />

Posteriormente, fue una práctica usual de iglesias y obispos requerir el consejo de la<br />

Iglesia Romana en materias de repercusión y dificultad, o desear la recta interpretación de<br />

cánones en particular. Cuando los de Roma percibieron que su consejo era tomado como una<br />

decisión, comenzaron a enviar sus decretos sin que ellos fueran pedidos, con el pretexto de<br />

ser Roma la primer Sede del mundo Cristiano, su obispo debía procurar que los cánones y<br />

leyes eclesiásticas fueran debidamente guardados. Consiguientemente otra intrusión sobre las<br />

libertades de las iglesias y pastores, y otro ingreso a la dignidad y jurisdicción papal.<br />

Y posteriormente, cuando diferencias o controversias surgían entre obispo y obispo, o<br />

entre iglesia e iglesia, nada fue más natural para las partes en desacuerdo que solicitar la<br />

mediación del Obispo de Roma. El Papa voluntariosamente emprendió la tarea de arreglar<br />

sus contiendas, pero el precio que impuso fue una todavía más completa rendición de las<br />

libertades de la Iglesia. Entonces tomó ocasión para asumir el oficio de un juez, y presentar su<br />

silla como un tribunal ante el cual tenía el derecho de convocar a las partes. A veces él se<br />

colocaba en medio del Metropolitano y su diocesano, y con un pretexto u otro, deponía al<br />

último, en beneficio de la jurisdicción del primero. Más aún, a veces sucedía que las partes<br />

que habían sido condenadas ante tribunales provinciales eran alentadas a apelar a Roma,<br />

donde la causa era revisada y la sentencia provincial podía ser revocada. Por esos cautelosos<br />

y persistentes pasos, el Papa se las ingenió para mantenerse en un nivel ascendente.<br />

Entonces siguieron otros más ingeniosos dispositivos, todos para el mismo fin. Entre<br />

ellos estaba el palio de consagración. El palio era enviado a todos los obispos desde el Papa, al<br />

principio como un regalo. Luego fue presentado como indispensable, y que sin éste ningún<br />

obispo podría desempeñar las funciones de su oficio. Así, una nueva atadura fue lograda<br />

sobre el clero, y un nuevo método inventado para recargar las arcas papales; porque un alto<br />

precio fue puesto sobre este místico artículo o vestidura [el palio], el cual era tejido con la lana<br />

de los corderos de Santa Inés.<br />

Para el mismo fin fueron impuestas las anatas. Ésta era la suma pagada por los obispos<br />

cuando se cambiaban de una sede a otra, una práctica permitida por el Papa por la ganancia<br />

que le brindaba. La multiplicación de monjes y frailes tendía al mismo fin. El Papa llamó a la<br />

existencia los cuerpos del clero regular para oponerlos al ejército de los seculares. Él actuó<br />

basado en la máxima "divide, y conquistarás". Los monjes fueron un freno sobre los obispos;

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