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Tema de tapa<br />

cinco<br />

Ir a más<br />

POR Emilia Simison*<br />

Si yo ignoro los límites de mi ambición,<br />

¿cómo van a conocerlos los demás?<br />

Tácito de la Canal en La silla del águila<br />

de CARLOS FUENTES<br />

sobre el resto pero al mismo tiempo<br />

garantiza la seguridad de sus súbditos<br />

posibilitando la existencia misma de<br />

una sociedad. No obstante, el soberano<br />

sigue siendo un hombre y, por eso mismo,<br />

ambicioso. El punto es que al ser<br />

solo uno, la sociedad no puede ser rota<br />

por su ambición y, de hecho, está en su<br />

autointerés que la misma se mantenga.<br />

Todo muy lindo hasta acá, pero, ¿elimina<br />

esto los peligros de la ambición? En<br />

otro de sus libros, De Cive, Hobbes nos<br />

responde que no. De hecho afirma que<br />

“la ambición y el deseo por honores no<br />

pueden ser removidos de las mentes de<br />

los hombres y los soberanos no tienen<br />

el derecho de intentarlo”. No obstante,<br />

lo que sí pueden hacer es dirigir la<br />

ambición hacia la obediencia mediante<br />

castigos y recompensas. Incluso, como<br />

señala Gabriela Slomp, doctora en<br />

teoría política, investigadora y profesora<br />

de la Universidad de St. Andrews,<br />

Hobbes en su análisis de la guerra civil<br />

inglesa Behemoth, incluye junto a la<br />

ambición y la codicia, el desconocimiento<br />

del significado y el valor de la<br />

obediencia civil como desencadenantes<br />

de la guerra civil, como factores que<br />

hacen peligrar al Estado y pueden<br />

devolvernos al estado de naturaleza.<br />

De esta manera, aunque la ambición<br />

no desaparezca, el soberano puede<br />

51 atribuido a James Madison, “solo<br />

la ambición puede controlar la ambición”.<br />

De esta manera, la ambición de<br />

un político de un sistema de pesos y<br />

contrapesos se vería controlada nada<br />

más ni nada menos que por el político<br />

que encuentra enfrente.<br />

Ahora, no hace falta escarbar mucho<br />

para darnos cuenta de que esta división,<br />

si bien puede ser de ayuda, no soluciona<br />

nuestro problema, menos aún porque<br />

en los políticos la ambición se junta<br />

con el poder y, como sostiene Xavier<br />

Zaragoza “Séneca”, otro de los personajes<br />

de la novela de Fuentes, “malicioso<br />

o ingenuo, maquiavélico o utópico,<br />

el poderoso siempre creerá que tiene<br />

la razón y el que se opone a él es un<br />

traidor o, por lo menos, alguien dispensable”.<br />

¿Qué efectos puede, entonces,<br />

tener esta combinación? La frase de<br />

“Séneca” parece dar cuenta de lo que<br />

el neurólogo David Owen denominó<br />

“síndrome de hybris”. La hybris es un<br />

concepto griego que puede traducirse<br />

como “desmesura” y que, en la Antigua<br />

Grecia hacía referencia al intento de<br />

trasgresión de los límites impuestos a<br />

los hombres, a la búsqueda de ir más<br />

allá, de rivalizar con los dioses. Bastante<br />

más acá, en su libro En el poder y en<br />

la enfermedad, Owen describió este<br />

síntoma que comenzaría asemejándose<br />

llevar a un más rápido envejecimiento<br />

celular. Asimismo, la Fundación<br />

Española del Corazón advirtió que “los<br />

políticos tienen más probabilidades de<br />

sufrir una cardiopatía que el resto de<br />

la población”. Si pensamos un poco<br />

para atrás en políticos argentinos y<br />

latinoamericanos no nos cuesta creer<br />

que la ambición y el poder pueden no<br />

ser lo más recomendable para la salud<br />

y la longevidad. A su vez, como destaca<br />

Owen en sus obras, la enfermedad de<br />

los políticos, especialmente en conjunción<br />

con la ambición, trae distintos<br />

interrogantes como la influencia que<br />

puedan tener sobre la toma de decisiones<br />

y las políticas públicas.<br />

Nuevamente, el problema parece ser lo<br />

que la ambición hace con cada uno de<br />

nosotros y, en especial, con quienes nos<br />

gobiernan. Como sostiene en una de<br />

las interesantes entradas de su blog el<br />

académico británico Dean Machin, la<br />

ambición per se no tiene nada de malo<br />

sino que su efecto dependerá de si la<br />

misma se alinea a no con el beneficio<br />

social. Para ilustrar esta idea propone<br />

el ejemplo de alguien cuya ambición<br />

sea un obituario en The Economist.<br />

Puede que movido por esa ambición<br />

logre avances en el campo de la economía<br />

que puedan cambiar para bien<br />

la vida de miles de personas pero, por<br />

70<br />

La ambición es para algunos una<br />

bendición y para otros una maldición.<br />

Como pone Carlos Fuentes en<br />

boca de María del Rosario Galván en<br />

La silla del águila (probablemente una<br />

de las novelas que mejor expone esta<br />

pasión en el ámbito político), la mirada<br />

de la ambición es “flaca y hambrienta”,<br />

una mirada que siempre busca más.<br />

Sin ella, y como afirma en una famosa<br />

frase Virginia Woolf, probablemente<br />

seguiríamos viviendo en el barro<br />

pero, al mismo tiempo, es casi imposible<br />

saber cuáles son sus límites, hasta<br />

dónde nos puede llevar y, en cualquier<br />

caso, la misma se asocia con lo político<br />

desde el inicio.<br />

Volviendo a un escrito político de<br />

cabecera, La política como vocación<br />

del filósofo y sociólogo alemán Max<br />

<strong>Web</strong>er, la ambición parece ser uno<br />

de los poderes diabólicos que acechan<br />

en torno al poder y por los que “quien<br />

quiera en general hacer política y, sobre<br />

todo, quien quiera hacer política como<br />

profesión, ha de tener conciencia de<br />

estas paradojas éticas y de su responsabilidad<br />

por lo que él mismo, bajo su<br />

presión, pueda llegar a hacer”. Asimismo,<br />

parte de la tradición teórica de la<br />

política la coloca en la base misma del<br />

surgimiento de los Estados. Este es el<br />

caso de la mayor parte de los teóricos<br />

iusnaturalistas siendo, entre ellos,<br />

un claro exponente el filósofo inglés<br />

Thomas Hobbes. En la descripción<br />

del estado de naturaleza que presenta<br />

en Leviathan la ambición juega un rol<br />

fundamental. Allí, la vida es “solitaria,<br />

pobre, tosca, embrutecida y breve”<br />

en gran parte por el hecho de que no<br />

existe freno alguno para la ambición de<br />

los hombres. Como señala Inés Pousadela,<br />

socióloga y doctora en ciencia<br />

política, al ser todos los hombres<br />

iguales, sus capacidades para realizar<br />

sus ambiciones son similares no habiendo<br />

ninguno capaz de imponerse a<br />

los demás por un tiempo prolongado y<br />

haciendo que la lucha sea perpetua. En<br />

tal contexto, no puede mantenerse ninguna<br />

creación ni se puede desarrollar<br />

el arte o la ciencia: solo existe la guerra<br />

eterna del hombre con el hombre. La<br />

solución que, entonces, encuentran los<br />

hombres es la de crear un pacto social<br />

de compromiso mutuo. Sin embargo, al<br />

ser todos igualmente autointeresados,<br />

saben que ellos mismos terminarían<br />

incumpliendo un contrato semejante y<br />

volviendo al estado de naturaleza. Allí<br />

es cuando surge el soberano, el Leviathan:<br />

concentra el poder y se impone<br />

dirigirla de manera tal que permita la<br />

supervivencia del cuerpo social.<br />

Pero, ¿quién controla al soberano?<br />

No se trata de un interrogante que<br />

preocupara particularmente a Hobbes<br />

pero, con el desarrollo paralelo de los<br />

Estados modernos y la filosofía política,<br />

se hizo cada vez más acuciante. Y es<br />

que, como ya dijimos, la ambición<br />

desconoce de límites y, como afirmó<br />

el escritor irlandés Jonathan Swift,<br />

“suele llevar a las personas a ejecutar<br />

los menesteres más viles” y, por eso<br />

“para trepar, se adopta la misma postura<br />

que para arrastrarse”. Una de las<br />

respuestas encontradas, que figura en<br />

la base misma de nuestra Constitución<br />

Nacional, es la división de poderes.<br />

Como se lee en el Federalista número<br />

a la megalomanía y terminaría tendiendo<br />

a la paranoia. Quienes lo padecen<br />

dejan de escuchar las opiniones ajenas,<br />

se vuelven imprudentes, entienden que<br />

solo sus ideas son correctas, jamás reconocen<br />

sus errores y prefieren rodearse<br />

de aduladores que no los cuestionen y<br />

les den la razón. Entre quienes habrían<br />

sufrido sus efectos Owen ubica a<br />

George W. Bush y Tony Blair y, entre<br />

los efectos políticos de él derivados,<br />

a cómo actuaron en las guerras de Irak<br />

y Afganistán.<br />

Para peor, la hybris no sería el único<br />

peligro para la salud que traería la<br />

ambición. Distintos estudios realizados<br />

en universidades estadounidenses<br />

como Stanford muestran que el estrés<br />

asociado con la función pública puede<br />

el otro lado, allí también se publican<br />

obituarios como el de Velupillai<br />

Prabhakaran, fundador de la organización<br />

armada Tigres de Liberación<br />

del Eelam Tamil, que buscó mediante<br />

la utilización del terrorismo la independencia<br />

del estado de Tamil en Sri<br />

Lanka.<br />

Así, y aunque tal vez de no ser por la<br />

ambición no tendríamos sociedad, ni<br />

Estado, ni gobernantes, no deja de ser<br />

cierta una de las conclusiones a que<br />

llega Nicolás Valdivia en La silla del<br />

águila: “a veces el que pierde con tanto<br />

secreto, tanta intriga palaciega, tanta<br />

ambición personal, no es el poderoso,<br />

es el pueblo. Y eso es una catástrofe”<br />

*Mg en Ciencia Política (UBA-UTDT). Beca M.I.T.<br />

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