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8<br />

Nota<br />

de tapa<br />

RADIOGRAFÍAS<br />

DE UNA PASIÓN<br />

POR Christian Kupchik<br />

I<br />

La ambición muerde el alma. Es un aguijón permanente que<br />

estimula y mantiene atentos los sentidos, azuzándolos. La<br />

ambición promete el Cielo, pero a la vez puede conducirnos<br />

en un ascensor que vence el ultrasonido en el último de los<br />

infiernos. “La ambición no conoce el riesgo”, sentenció<br />

Edward George Bulwer Lytton para significar la pérdida<br />

de límites en pos de alcanzar un objetivo. Para muchos,<br />

ambición es la transformación de arrogancia en altruismo.<br />

Por esta razón es egocentrismo controlable, lo cual no es<br />

malo en sí mismo, pero así como puede conducir a la cima, el<br />

mismo viaje prevé la caída.<br />

El ambicioso ve con mayor claridad y oye con tanta agudeza<br />

que puede percibir las sombras de las cosas que los demás<br />

no pueden ver, pero esa supuesta nitidez en los sentidos, mal<br />

administrada, también puede transformarse en ceguera. La<br />

palabra procede del latín, ambitio, que significaba “rodeo” o<br />

“merodeo”, la acción de ir por uno u otro sitio en busca de<br />

algo. Del verbo ambire surgen también las ideas de ámbito y<br />

ambiente, de abarcar algo. Pero no siempre la ambición puede<br />

llegar a abarcar lo que busca, aun girando en torno a su deseo.<br />

A continuación se plantean diversas facetas de ese rodeo.<br />

II<br />

Macbeth es la historia de una ambición. Escucha los gritos<br />

de las brujas, que le pronostican un destino como rey. Al<br />

oírlas se estremece: expresan lo que siente y lleva en el ala<br />

desde mucho tiempo atrás. Sus voces son la expresión clara<br />

y diáfana de su propia conciencia. Ambiciona el poder. En<br />

cuanto se entera que el rey Duncan nombra heredero al<br />

trono a su hijo, decide pasar a la acción. No puede medir<br />

gran distancia entre el fin que se ambiciona y su ejecución,<br />

afirma Shakespeare por boca de Macbeth. Hay que rechazar<br />

las sombras vacilantes que preceden siempre a la realización<br />

del proyecto. Lady Macbeth habrá de ayudar: no hay<br />

lugar para la especulación ni la duda. La meditación interior<br />

debilita la capacidad de acción y, de acuerdo con Hegel, el<br />

hombre es por lo que hace. El ambicioso Macbeth piensa:<br />

“Si con hacerlo quedara hecho, lo mejor sería entonces<br />

ejecutarlo sin tardanza”. Pero demora.<br />

Será Lady Macbeth quien lo empuja a la decisión final.<br />

Debido a sus vacilaciones se ha podido creer que Macbeth<br />

representa más una naturaleza criminal que ambiciosa, y se<br />

olvida que el crimen muchas veces no es más que un instrumento<br />

de la ambición. Shakespeare separa la acción reflexiva/<br />

pasiva de Macbeth de la irreflexión/activa de su Lady, y solo<br />

las unifica como necesarias en el momento de la ejecución<br />

del crimen. No obstante, una vez cometido, Macbeth vuelve<br />

a la reflexión para tomar conciencia de su acto: “¿Conocer mi<br />

acción? Mejor quisiera ya no conocerme a mí mismo”. Ya no<br />

dormirá. La ambición lo llevó a asesinar el reposo, la calma<br />

que se complacía soñando su ambición.<br />

III<br />

El psiquiatra austríaco Alfred Adler señaló que la ambición<br />

tiene su origen en un sentimiento de inferioridad. El<br />

hombre, movido por su voluntad de poder, quiere ascender,<br />

triunfar y sentirse así afirmado desde lo individual. Cuando<br />

esta ambición fracasa, sobrevienen las neurosis. Si la<br />

ambición de poder es trágica por absoluta, existen otras más<br />

equilibradas.<br />

Por caso, la ambición social que Balzac representa en<br />

Rastignac y Rubempré, dos personajes que sacrifican los<br />

ideales de su juventud para triunfar en el mundo. Es el fin<br />

del idealismo quijotesco que se ve suplantado por la epopeya<br />

burguesa, aquella que sacrifica el amor en nombre del éxito<br />

en la vida, ya sea a través de amasar fortuna, adquiriendo<br />

propiedades o consumando matrimonios ventajosos. Balzac,<br />

en La Comedia Humana, refleja la primera etapa del ascenso<br />

social de la burguesía a través de la fogosa ambición que<br />

mueve a los personajes para realizarse, a veces renunciando<br />

incluso al amor como ideal. Sin embargo, una vez alcanzado<br />

el objetivo, consolidada y afirmada como clase, la burguesía<br />

sufre el desengaño de los beneficios a cambio de sacrificar<br />

valores esenciales siguiendo esa ambición.<br />

En Por el camino de Swan, Marcel Proust nos muestra<br />

cómo un personaje que ha consagrado su vida y todos sus<br />

esfuerzos para lograr el ingreso al Jockey Club y ser aceptado<br />

en los salones de la alta aristocracia, recibe por toda<br />

respuesta el desprecio altivo de la clase a la que ambicionaba<br />

pertenecer. El propio Swan al final de su vida descubre que<br />

el éxito mundano, al que se había entregado con frenesí, solo<br />

le devuelve indiferencia. Y soporta esta dolorosa comprobación<br />

cuando, aquejado por un terrible mal, la princesa de<br />

Guermantes, su íntima amiga, apenas lo saluda y se escabulle<br />

rápidamente rumbo a un nuevo baile. La ambición social,<br />

en definitiva, cuando deviene en impostura, deja la misma<br />

sensación de vacuidad que el ejercicio del poder. Una vez<br />

alcanzada, se revela como una ilusión engañosa y fútil.<br />

IV<br />

Los pequeños burgueses también alimentan su ambición.<br />

Es modesta, limitada, y en ocasiones se satisface con alcanzar<br />

metas modestas. En Los Artomonov, Gorki describe la<br />

lenta y sorprendente decadencia de una familia que acaba<br />

renunciando por completo a toda forma de ambición. Otro<br />

ruso, Tolstoi en este caso, narra la agonía de un pequeño<br />

burgués con un temor reverencial a la muerte por considerarse<br />

a sí mismo la realización de todas sus ambiciones, resumidas<br />

en una propiedad que le ha costado enormes esfuerzos<br />

conseguir. Siente, en definitiva, que no vale la pena tanto<br />

empeño en el triunfo si, a la hora final, la muerte inexorable<br />

lo expropia todo: nuestros bienes, nuestro ser. “La ambición<br />

no se asocia bien con la bondad”, escribió el autor de Anna<br />

Karenina, “sino con el orgullo, la astucia y la crueldad”.<br />

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