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TELAR DE VOCES

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108 T ELAR <strong>DE</strong> <strong>VOCES</strong><br />

Muchos habían emigrado, algunos a la ciudad y otros a cruzar el río Bravo,<br />

pues la vida en el campo ya no era vida. La vida se había ido por otros rumbos como<br />

empujada por el viento.<br />

Con las manos vacías y la esperanza aún más, juntó su dolor, lo guardó lo más<br />

profundo que pudo en el pecho y después de un beso a la tierra se fue a la ciudad.<br />

Trabajó en mil cosas de las que nada sabía y él, que era dueño de su vida y sus sueños<br />

ahora se ganaba el sustento pegando tabiques, levantando paredes para la casa de<br />

otros, porque él ni casa tenía porque el lugar que ahora habitaba entre muros de<br />

cartón y techos de lámina en nada se parecía a lo que fue su hogar en el campo; vivía<br />

hacinado con otros que como él respiraban sin descanso la pobreza, la frustración y<br />

la amargura.<br />

Su alegría se escondió en el silencio, solo María sabe por qué.<br />

Se le metió la tristeza y cuando estaba solo, lloraba muy quedo, no por el<br />

trabajo, no por la paga, sino por la rabia e impotencia de no haber podido dejarles a<br />

Nicolás y Mariana ese sol y esa lluvia, esa luna y estrellas, ese nacer y morir del día,<br />

ese día a día entre pájaros, viento, gallinas y perros, esos días sacándole vida a la<br />

tierra. Todos esos días no se comparan con nada, esos días que algún día él heredó<br />

de su padre, esos días que Baltasar no sabe a dónde se fueron.<br />

Saber que a otros campesinos como a él les pasó lo mismo en nada le consuela,<br />

y a veces quisiera hacer lo que muchos que se fueron de mojados, a ver si allá en<br />

el otro lado encontraban la vida que habían perdido.<br />

De vez en cuando regresaba a la parcela para nutrirse de ánimo, pero ya todo<br />

parecía tan distinto, la tierra seca y el aire tenían el olor del abandono, todo estaba<br />

en silencio; los perros, flacos hasta los huesos y casi mudos, ni siquiera el sol le<br />

parecía el mismo, quemaba, es cierto, pero no le hacía sudar como en otro tiempo. Si<br />

siempre trabajó lo más que pudo, si siempre fue honesto y nunca a nadie mal le hizo,<br />

no se explicaba porqué razón se le fue la vida como por un precipicio y mucho menos<br />

se explicba el por qué toda esa gente fue a pedirle su voto: los diputados, el<br />

presidente municipal, el gobernador y hasta el mismo presidente de la república que<br />

gritaban promesas a los cuatro vientos, ahora que él los necesitaba, ahora ellos se<br />

habían quedado sordos y sin voz.<br />

Ni siquiera servían los rezos de él y María, y en vano gritaba, ¡dime Dios en que<br />

te ofendí, en que te mentí, que mal te hice que yo no lo sé!, y en vano volteaba hacia<br />

el cielo y el cielo era sólo silencio y azul.

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