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N ARRATIVA: LA VIDA COTIDIANA HECHA PALABRA 111<br />
— Amo, vengo a ver si me puede conceder un favorcito…<br />
— No, Mona. No quiero ni hablar contigo, todavía no se me olvida tu última<br />
trasmatada, de seguro que quieres hacer una de tus fechorías.<br />
— Ay, amo, cómo cree, es sólo un favorcito, no la amuele.<br />
— No, Mona, ya te conozco y sé de algo que estás tramando.<br />
— Sí le digo que no, amo.<br />
— Bueno, bueno, desembucha, que no tengo tiempo.<br />
— Pos nomás de que me dé su permiso para matar una vaquita y vender la<br />
carne mañana que es domingo, a ver si me gano unos centavitos.<br />
— Mira Mona, me parece demasiado inocente, ya me huelo a una de tus trampas…<br />
— Ah qui usté…<br />
— Está bien, mátala y ya no me molestes más, pero te advierto: ¡nada de trampas!<br />
Y vete con Dios.<br />
Se fue en efecto la Mona dando brincos de gusto y el hacendado olvidó el<br />
asunto.<br />
Al día siguiente, muy de mañana, apareció en la placita un flamante puesto de<br />
carne de res, a cuyo frente estaba la Mona, que apenas se daba abasto a despachar la<br />
numerosa clientela.<br />
¡Que bistecs más jugosos! ¡Que trozos de cocidos más gordos! Daba gusto<br />
verlos.<br />
—Amo, amo —acuden gritando los sirvientes ante el hacendado—, anoche<br />
encerramos junto con todas las vacas, a la «Seda Negra», y esta mañana ya no amaneció<br />
en el corral.<br />
— ¡Cómo! ¿Mi mejor vaca desapareció?<br />
— Sí, amo, y lo peor de todo es que encontramos nomás el cuero.<br />
— ¿El cuero? ¿Es que alguien se atrevió a matarla?<br />
— Pos sí amo, el cuero está ahí junto al puesto de la Mona, ya casi terminó de<br />
vender la carne.<br />
Furioso —como es de suponerse—, el hacendado se fajó su pistola, cogió su<br />
mejor vara de membrillo y se dispuso a dar a la Mona la varejoniza de su vida.<br />
— A ver, Mona, ¿qué cuentas me vas dar? —dijo el hacendado poniendo los<br />
brazos en jarras y acariciando amorosamente su vara.<br />
— ¿De qué amo, no le entiendo?