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208 T ELAR <strong>DE</strong> <strong>VOCES</strong><br />
LUZBEL.— Repito que no consentiré que adoréis a ese niño. No me importa<br />
que venga Miguel. Yo tengo millares de guerreros y puedo hacerles la guerra a ustedes<br />
y a Miguel.<br />
ERMITAÑO.— ¿Cómo os llamáis?<br />
LUZBEL.— ¡Luzbel!<br />
(Todos se asustan)<br />
FLORA.— Tiemblo con sólo su vista.<br />
GILA.— Es mi forastero.<br />
FELISA.— Al que yo tanto he buscado.<br />
LUZBEL.— Anciano, vengo a deciros que todos os han engañado. Aquí no existe<br />
honradez.<br />
TODOS.— ¿Que qué?<br />
LUZBEL.— Pregunta a Blas y Bato a quién han robado. A Gila y a Flora qué han<br />
hecho. El hurto, la deslealtad, la licencia, la avaricia, la pereza, la codicia y el amor<br />
los cegaron.<br />
ERMITAÑO.— ¿Es verdad, hijos míos?<br />
TODOS.— Sí, señor, piedad, perdón, perdón.<br />
BLAS.— Yo no volveré a robar, aunque me muera de hambre.<br />
GILA.— Su dinero no era nada, pero nunca jamás lo volveré a desear.<br />
FLORA.— Yo he pretendido engañar a mi marido. Blas, perdón, perdón yo pido.<br />
BLAS.— Ya no como más.<br />
GILA.— Si me ofrece más dinero no lo acepto.<br />
BLAS.— Ser goloso ya no quiero.<br />
BATO.— Todos estamos arrepentidos.<br />
FLORA.— Blas es todo mi querer.<br />
ERMITAÑO.— ¿Con que ya la iniquidad hizo presa en vuestro pecho? ¿Con que<br />
ya bajo vuestro pecho se oculta tanta maldad?<br />
LUZBEL.— Mis pruebas ya les di, lo demás me toca a mí.<br />
ERMITAÑO.— Dios de Abraham, Dios de nuestros padres, defiéndenos del demonio<br />
y furias infernales. Por ese tierno Niño y su Santa Madre te suplicamos, aunque<br />
pecadores, defiendas a estos pobres pastores.<br />
LUZBEL.— ¡Oh! ¡Qué rabia tan atroz! ¡Cómo es posible que por un solo pecado<br />
me vea yo siempre tan humillado!
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