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N ARRATIVA: LA VIDA COTIDIANA HECHA PALABRA 147<br />
Este espécimen humano era muy católico en cuestión de trabajo, ya que lo<br />
hacía «para cada venida de obispo», es decir, cada año. Precavido el hombre, claro.<br />
Su estado «normal» era andar diariamente con algunos decilitros de vino entre pecho<br />
y espalda, en compañía de mi inolvidable tío Manuel, quien junto con mi abuelo<br />
Francisco, eran los herreros oficiales del rancho.<br />
José y Manuel se unían a libar y a cuidar y entrenar gallos de pelea; en estos<br />
menesteres el tío Manuel era el maestro ya que tenía más experiencia en ello. Recuerdo<br />
cuando se ponían a asear sus gallos, tenían una botella de alcohol de 96<br />
grados rebajado con agua dizque para «avivar» al gallo; hacían un buen buche de<br />
alcohol para rociarlo, pero cosa rara, seguro por lo mismo volátil del alcohol, sólo<br />
llegaba a la cresta del animal una gotita o el vaho, no más.<br />
Yo nunca supe a dónde iba a parar el resto y era tal mi ingenuidad que no<br />
asociaba aquello a que poco rato después ambos contlapaches ya andaban haciendo<br />
eses por las calles del rancho o roncaban a la sombra de un gran fresno cerca de la<br />
casa grande de la hacienda.<br />
Pero estábamos hablando sólo de José Alejo, ¿verdad? Bueno, pues resulta que<br />
este señor tenía también arraigado el vicio de jugar conquián, albures —los de la baraja,<br />
conste—, brisca, veintiuna, póquer, etcéter,; y cuando no tenía dinero para apostar<br />
se preveía de velas deparafina o cebo para alumbrar por la noche a quienes jugaban y<br />
éstos, tras cada mano que jugaban, le daban un porcentaje, que pronto se evaporaba<br />
como el alcohol, para comprar ídem, o para jugar a las cartas o a los gallos.<br />
Cierta vez cayó en manos de El Pedorro —perdón, pero así era su apodo y<br />
aunque me da pena tengo que decirlo…— un gallo giro, chinampo, pero que para<br />
suerte de su propietario ganó dos o tres peleas con gallos de corral que para divertirse<br />
un rato. Su dueño de cualquier manera pensaba mandarlo a la olla y le ponía<br />
rivales.<br />
Estos triunfos envanecieron a José, que nunca dejaba de ponderar la bravura<br />
y habilidad en la pelea de su giro, al que según él, en poco tiempo traería en palenques<br />
de postín, y como viera la ironía en los ojos de sus oyentes, terminaba diciendo<br />
que en las fiestas de Mascota, Talpa, Ayutla, Cuautla o Atenguillo. O sea, que le quitara<br />
«crema a sus tacos». Su mundo no se extendía más allá de esos pueblos, porque<br />
otros, como Las Peñas (hoy Puerto Vallarta), sólo de «oídas» los conocía.<br />
Y así se llevaba un morral en donde cargaba su baraja, su botella, casi siempre<br />
alcohol y agua, pocas veces con tequila, maíz y un recipiente para el agua y su gallo