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Memorias de una Geisha - Arthur Golden

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Capítulo dos<br />

A la mañana siguiente, para no pensar en mis preocupaciones, me fui a bañar<br />

a un estanque que había un poco más allá <strong>de</strong> nuestra casa, entre un bosquecillo <strong>de</strong><br />

pinos. Los niños <strong>de</strong>l pueblo iban a bañarse allí casi todas las mañanas cuando<br />

hacía buen tiempo. Satsu también venía a veces, con un traje <strong>de</strong> baño que se<br />

había hecho con <strong>una</strong>s ropas <strong>de</strong> pescar <strong>de</strong> mi padre, que ya estaban<br />

prácticamente inservibles. No era exactamente un buen traje <strong>de</strong> baño, porque<br />

cuando se inclinaba se le aflojaba en el pecho, y los muchachos gritaban:<br />

« ¡Mirad, se le ven los Montes Fujis!» . Pero a ella le daba igual.<br />

Hacia mediodía, <strong>de</strong>cidí volver a casa a buscar algo <strong>de</strong> comer. Satsu se había<br />

ido mucho antes con el chico Sugi, que era el hijo <strong>de</strong>l ay udante <strong>de</strong>l Señor Tanaka.<br />

Le seguía como un perrito. Cuando iba a algún sitio, el chico miraba hacia atrás<br />

para indicarle que <strong>de</strong>bía seguirle, y ella siempre lo hacía. No esperaba volver a<br />

verla hasta la hora <strong>de</strong> cenar, pero al acercarme a la casa la vi en el camino<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, apoy ada en un árbol. Si hubieras visto lo que estaba pasando lo<br />

hubieras entendido enseguida, pero yo no era más que <strong>una</strong> niña. Satsu se había<br />

subido el traje <strong>de</strong> baño hasta los hombros, y el muchacho Sugi estaba<br />

jugueteando con sus dos « Montes Fuji» , como les llamaban los chicos.<br />

Des<strong>de</strong> que nuestra madre había caído enferma, mi hermana se había puesto<br />

bastante gordita. Sus pechos eran tan hirsutos como sus cabellos. Lo que me<br />

sorprendía más era que parecía que era precisamente su indocilidad lo que<br />

fascinaba al chico Sugi. Los meneaba y los soltaba para ver cómo volvían a su<br />

sitio balanceándose. Yo sabía que no <strong>de</strong>bía estar espiando, pero tampoco sabía<br />

qué hacer mientras tuviera el camino bloqueado por ellos. Y entonces <strong>de</strong> pronto<br />

oí la voz <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí.<br />

—Chiyo-chan, ¿qué haces ahí agachada <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un árbol?<br />

Teniendo en cuenta que era <strong>una</strong> niña <strong>de</strong> nueve años, que venía <strong>de</strong> bañarse en<br />

un estanque y que todavía no tenía en mi cuerpo ni formas ni texturas que ocultar<br />

<strong>de</strong> la vista <strong>de</strong> nadie… es fácil imaginar lo que llevaba encima.<br />

Cuando me volví —todavía en cuclillas y cubriendo mi <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z lo mejor<br />

que podía con las manos— vi al Señor Tanaka. No podría haber sentido más<br />

vergüenza.<br />

—Esa <strong>de</strong> ahí <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser tu famosa « casita piripi» —dijo—. Y ese <strong>de</strong> ahí<br />

parece el hijo <strong>de</strong>l Señor Sugi. ¡Y por lo que se ve está muy ocupado! ¿Quién es la

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