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Memorias de una Geisha - Arthur Golden

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Tuve que <strong>de</strong>jar la ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> Mamita y apresurarme al cuarto don<strong>de</strong> estaba<br />

comiendo la Abuela.<br />

—¿No te das cuenta <strong>de</strong> que esta habitación está <strong>de</strong>masiado caliente? —me<br />

dijo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que yo me hubiera postrado en <strong>una</strong> profunda reverencia—.<br />

Deberías haber entrado a abrir las ventanas.<br />

—Lo siento, Abuela. No sabía que tuviera calor.<br />

—¿Es que no lo parece?<br />

Estaba comiendo arroz, y se le habían quedado pegados unos granos en el<br />

labio inferior. Pensé que parecía más miserable que acalorada, pero me dirigí a<br />

la ventana y la abrí. En cuanto la abrí, entró <strong>una</strong> mosca que empezó a zumbar<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l plato.<br />

—Pero ¿tú estás bien <strong>de</strong> la cabeza? —me dijo alejando la mosca con los<br />

palillos—. Las otras chicas no <strong>de</strong>jan entrar moscas cuando abren la ventana.<br />

Le pedí perdón y le dije que iría a buscar un matamoscas.<br />

—¿Para qué? ¿Para matarme la mosca en el plato? ¡No, no lo harás! Lo que<br />

vas a hacer es quedarte aquí a mi lado mientras como y espantármela cada vez<br />

que se acerque.<br />

Así que tuve que quedarme allí mientras la Abuela terminaba <strong>de</strong> comer y me<br />

hablaba <strong>de</strong>l gran actor <strong>de</strong> Kabuki Ichimura Uzaemon XIV, que le había tomado<br />

la mano durante <strong>una</strong> fiesta a la luz <strong>de</strong> la l<strong>una</strong>, cuando ella tenía catorce años.<br />

Para cuando me <strong>de</strong>jó ir, el té <strong>de</strong> Mamita estaba tan frío que ni siquiera pu<strong>de</strong><br />

llevárselo. Y tanto ella como la cocinera se enfadaron conmigo.<br />

La verdad era que a la Abuela no le gustaba estar sola. Incluso cuando tenía<br />

que ir al retrete, hacía que la Tía la esperara fuera, agarrándole las manos para<br />

ay udarle a mantenerse en cuclillas sin per<strong>de</strong>r el equilibrio. El olor era tan<br />

espantoso que la pobre Tía casi se rompía el cuello en su intento <strong>de</strong> alejar las<br />

narices lo más posible. Yo no tenía ning<strong>una</strong> tarea tan horrible como ésta, pero la<br />

Abuela solía llamarme para que le diera un masaje mientras ella se limpiaba las<br />

orejas con <strong>una</strong> cucharilla <strong>de</strong> plata; y la tarea <strong>de</strong> darle masaje era bastante peor<br />

<strong>de</strong> lo que uno se pueda imaginar. Casi me mareo la primera vez que se<br />

<strong>de</strong>sabrochó el vestido y se <strong>de</strong>scubrió los hombros, pues tenía la piel amarillenta y<br />

llena <strong>de</strong> rugosida<strong>de</strong>s como un pollo crudo. El problema, como supe más tar<strong>de</strong>,<br />

era que en sus días <strong>de</strong> geisha había utilizado un tipo <strong>de</strong> maquillaje blanco que<br />

llamamos « arcilla <strong>de</strong> China» , que está hecho con <strong>una</strong> base <strong>de</strong> plomo. Para<br />

empezar, la arcilla <strong>de</strong> China era venenosa, lo que probablemente explicaba en<br />

parte la locura <strong>de</strong> la Abuela. Pero a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong> joven, la Abuela había acudido a<br />

menudo a las termas al norte <strong>de</strong> Kioto. No habría habido ningún mal en ello, si no<br />

fuera porque aquel maquillaje era muy difícil <strong>de</strong> quitar totalmente; y los restos<br />

se combinaban con algún componente químico presente en el agua, produciendo<br />

un tinte que terminó <strong>de</strong>strozándole la piel. La Abuela no era la única aquejada<br />

por este problema. Todavía durante los primeros años <strong>de</strong> la II Guerra Mundial, se

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