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Memorias de una Geisha - Arthur Golden

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—Has dado la mejor explicación que se podía dar. Ahora, corre, Chiy o-chan<br />

—dijo—. Quieres comer, ¿no? Tal vez, si tu hermana se toma <strong>una</strong> sopa, podrás<br />

echarte en el suelo y aprovechar la que ella <strong>de</strong>rrame.<br />

* * *<br />

Des<strong>de</strong> ese mismo momento empecé a hacerme ilusiones <strong>de</strong> que el Señor<br />

Tanaka me adoptaba. A veces me olvido <strong>de</strong> lo angustiada que me sentía durante<br />

esa época. Supongo que me agarraba a cualquier cosa que me consolara. Con<br />

frecuencia, cuando me sentía atormentada, me encontraba volviendo a la misma<br />

imagen <strong>de</strong> mi madre, muy anterior a que empezara a gemir <strong>de</strong> dolor por las<br />

mañanas. Yo tenía cuatro años, y estábamos celebrando las fiestas <strong>de</strong>l obon <strong>de</strong><br />

nuestro pueblo, el momento <strong>de</strong>l año en que dábamos la bienvenida al espíritu <strong>de</strong><br />

los muertos. Después <strong>de</strong> varias noches <strong>de</strong> ceremonias en el cementerio y <strong>de</strong><br />

encen<strong>de</strong>r las hogueras a las puertas <strong>de</strong> las casas para guiar a los espíritus, nos<br />

reuníamos la última noche <strong>de</strong>l festival en el Santuario Shinto, que se alzaba sobre<br />

las rocas, dominando toda la bahía. Nada más pasar las verjas <strong>de</strong>l santuario había<br />

un claro, que aquella noche estaba <strong>de</strong>corado con farolillos <strong>de</strong> papel <strong>de</strong> todos los<br />

colores, colgados <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>les entre los árboles. Mi madre y yo bailamos juntas<br />

mucho rato con el resto <strong>de</strong>l pueblo al son <strong>de</strong> la música <strong>de</strong> la flauta y el tamboril;<br />

pero luego y o me cansé, y ella me tomó en brazos y se sentó al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l claro.<br />

De pronto sopló <strong>una</strong> ráfaga <strong>de</strong> viento <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el acantilado y uno <strong>de</strong> los farolillos se<br />

prendió fuego. Vimos cómo se quemaba el cor<strong>de</strong>l y empezaba a caer en llamas<br />

el farolillo. Y entonces volvió a soplar otra ráfaga, que lo dirigió hacia don<strong>de</strong><br />

estábamos nosotras, <strong>de</strong>jando un reguero <strong>de</strong> polvo dorado en el aire. Pareció que<br />

la bola <strong>de</strong> fuego había caído al suelo, pero, <strong>de</strong> nuevo, mi madre y yo vimos<br />

cómo volvía a ser empujada por el viento directamente hacia nosotras. Sentí que<br />

mi madre me soltaba, y un instante <strong>de</strong>spués se abalanzaba a apagarla con las<br />

manos. Por un momento nos vimos ro<strong>de</strong>adas <strong>de</strong> chispas y llamaradas; pero<br />

enseguida las pavesas encendidas volaron hacia los árboles, don<strong>de</strong> terminaron<br />

apagándose, y nadie —ni siquiera mi madre— resultó herido.<br />

* * *<br />

Más o menos <strong>una</strong> semana <strong>de</strong>spués, cuando mis fantasías <strong>de</strong> ser adoptada<br />

habían tenido tiempo sobrado para madurar, volví a casa <strong>una</strong> tar<strong>de</strong> y me<br />

encontré al Señor Tanaka sentado frente a mi padre en la mesita <strong>de</strong> nuestra casa.<br />

Me di cuenta <strong>de</strong> que estaban hablando <strong>de</strong> algo importante, porque ni siquiera se<br />

percataron <strong>de</strong> mi presencia cuando entré. Me quedé inmóvil escuchándolos.<br />

—¿Qué piensas entonces <strong>de</strong> mi propuesta, Sakamoto?

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