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Lo que aprendemos de los gatos - Paloma Diaz-Mas

Los seres humanos —piensa el gato— tienen una irremediable tendencia a entender las cosas al revés. Por ejemplo, si ven un libro que se titula Lo que aprendemos de los gatos, probablemente creerán que trata de lo que los humanos pueden aprender acerca de los gatos, para conocerlos mejor (cosa que, dicho sea de paso, tampoco estaría de más); sin embargo, para cualquiera que sea capaz de pensar con claridad, resulta evidente que Lo que aprendemos de los gatos significa otra cosa: lo que los humanos pueden aprender a partir de los gatos, es decir, lo que los gatos pueden enseñarles. Este tipo de errores se producen porque los humanos parten de la absurda creencia de que son animales superiores, cuando todo el mundo sabe que los animales superiores son los gatos. Los gatos —piensa la autora de este libro— tienen mucho que enseñarnos, pero para ello hace falta que estemos atentos y dispuestos a aprender. Son cariñosos, pero nunca sumisos, así que nos enseñan a pactar nuestra convivencia día a día. Confiados solo si sabemos ganárnoslos poco a poco, ejercitando la virtud de una conquista paciente. Domésticos e independientes, como fieras aclimatadas a nuestro hábitat. Los creemos indefensos, pero en realidad están mucho más preparados para sobrevivir que nosotros. Bajo su piel de seda se ocultan las garras de una fiera y un cuerpo atlético envidiable. Y, cuando los vemos jugar, exhibiendo su magnífica forma física, o dormir plácidamente sobre nuestro sillón favorito (sí, ese sillón donde los gatos nunca nos dejan sentarnos) envidiamos también su capacidad para vivir intensamente ese instante; sin atormentarse, como hacemos nosotros, por un pasado que ya no existe y un futuro que tal vez no llegue. Un libro que es una joya para cualquier buen lector, y desde luego absolutamente indispensable para todos los amantes de los gatos.

Los seres humanos —piensa el gato— tienen una irremediable tendencia a
entender las cosas al revés. Por ejemplo, si ven un libro que se titula Lo que
aprendemos de los gatos, probablemente creerán que trata de lo que los
humanos pueden aprender acerca de los gatos, para conocerlos mejor (cosa
que, dicho sea de paso, tampoco estaría de más); sin embargo, para
cualquiera que sea capaz de pensar con claridad, resulta evidente que Lo
que aprendemos de los gatos significa otra cosa: lo que los humanos pueden
aprender a partir de los gatos, es decir, lo que los gatos pueden enseñarles.
Este tipo de errores se producen porque los humanos parten de la absurda
creencia de que son animales superiores, cuando todo el mundo sabe que
los animales superiores son los gatos. Los gatos —piensa la autora de este
libro— tienen mucho que enseñarnos, pero para ello hace falta que estemos
atentos y dispuestos a aprender. Son cariñosos, pero nunca sumisos, así que
nos enseñan a pactar nuestra convivencia día a día. Confiados solo si
sabemos ganárnoslos poco a poco, ejercitando la virtud de una conquista
paciente. Domésticos e independientes, como fieras aclimatadas a nuestro
hábitat. Los creemos indefensos, pero en realidad están mucho más
preparados para sobrevivir que nosotros. Bajo su piel de seda se ocultan las
garras de una fiera y un cuerpo atlético envidiable. Y, cuando los vemos
jugar, exhibiendo su magnífica forma física, o dormir plácidamente sobre
nuestro sillón favorito (sí, ese sillón donde los gatos nunca nos dejan
sentarnos) envidiamos también su capacidad para vivir intensamente ese
instante; sin atormentarse, como hacemos nosotros, por un pasado que ya
no existe y un futuro que tal vez no llegue. Un libro que es una joya para
cualquier buen lector, y desde luego absolutamente indispensable para todos
los amantes de los gatos.

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Esa pulcritud extrema <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>gatos</strong>, <strong>que</strong> adoptan posturas inverosímiles para<br />

asearse, atusando su piel con la almohaza rasposa <strong>de</strong> sus lenguas. A veces, cada gato<br />

se atusa solo, lamiéndose minuciosamente: primero el pecho y las patas <strong>de</strong>lanteras,<br />

las manitas peludas (el aseo <strong>de</strong> las manos suele incluir un mordis<strong>que</strong>o rítmico <strong>de</strong> las<br />

uñas, <strong>de</strong> <strong>los</strong> pulpejos y <strong>de</strong> <strong>los</strong> espacios correosos <strong>que</strong> <strong>que</strong>dan entre <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos, con la<br />

garra abierta); luego el animal se curva sobre sí mismo, se retuerce para lamerse el<br />

lomo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>los</strong> costados hasta la columna vertebral, para luego llegar a las ancas.<br />

Después, una <strong>de</strong> las patas traseras se eleva, tensa, imitando un violonchelo, <strong>que</strong> el<br />

gato frota con la lengua rosada, ahora convertida en arco <strong>de</strong> un instrumento <strong>de</strong><br />

cuerda. Y, por fin, se dobla sobre sí mismo, metiendo la cabeza entre las patas, para<br />

lamerse concienzudamente la tripilla, <strong>los</strong> genitales y el ano, <strong>que</strong> <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto aseo<br />

<strong>que</strong>da limpio como una rosa.<br />

Otras veces, Tris y Tras se atusan mutuamente, lamiéndose la cabeza, el cuello y<br />

el lomo (nunca llegan más allá; un cierto pudor felino parece establecer un límite: <strong>que</strong><br />

cada uno se asee sus partes más íntimas; una cosa es el compañerismo y otra el<br />

libertinaje).<br />

Entierran sus <strong>de</strong>yecciones con <strong>de</strong>dicación, casi con furor; escarban, entusiastas,<br />

en la arena <strong>de</strong>l cajón, <strong>de</strong>sparramando alre<strong>de</strong>dor fragmentos <strong>de</strong> sepiolita: es importante<br />

<strong>que</strong> todo <strong>que</strong><strong>de</strong> bien cubierto; tan importante <strong>que</strong> con frecuencia el área <strong>de</strong> escarbado<br />

se extien<strong>de</strong> a la superficie <strong>de</strong>l suelo <strong>que</strong> ro<strong>de</strong>a el cajón, y vemos al gato arañando<br />

concienzudamente las baldosas <strong>de</strong>l piso, como si pudiera levantarlas con sus uñas<br />

para tapar su caca con montañas <strong>de</strong> baldosines cerámicos. Tan pronto como<br />

limpiamos su cajón, acu<strong>de</strong>n raudos a estrenar la arena nueva, limpia, esa arena recién<br />

echada <strong>que</strong> pasa así <strong>de</strong> no ser <strong>de</strong> nadie a ser suya.<br />

Cuando lavamos uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> cojines <strong>de</strong>l sofá, <strong>los</strong> <strong>gatos</strong> enseguida lo <strong>de</strong>tectan: se<br />

aposentan sobre él (sobre ese almohadón en concreto, no sobre ningún otro) a dormir<br />

una larga siesta. Con ese gesto conquistan (o, mejor dicho, reconquistan) un pe<strong>que</strong>ño<br />

territorio, <strong>de</strong> apenas dos palmos cuadrados, <strong>que</strong> les había sido brevemente hurtado.<br />

Un territorio <strong>que</strong>, ufanos, trajimos oliendo a <strong>de</strong>tergente y suavizante <strong>de</strong> lavadora y<br />

sobre el <strong>que</strong> el<strong>los</strong> <strong>de</strong>positan ahora su propio olor, haciéndolo otra vez suyo. Pero<br />

como nosotros somos incapaces <strong>de</strong> percibir ese tenue olor, ten<strong>de</strong>mos a malinterpretar<br />

sus gestos. En otras palabras, <strong>los</strong> vemos actuar, pero por lo general no enten<strong>de</strong>mos<br />

nada.<br />

El frío exterior ha hecho <strong>que</strong> la humedad <strong>de</strong> la casa se con<strong>de</strong>nse sobre <strong>los</strong> cristales<br />

<strong>de</strong> la ventana, <strong>que</strong> <strong>de</strong> transparentes se han vuelto traslúcidos, empañados por la<br />

humedad y perlados <strong>de</strong> pe<strong>que</strong>ñas gotas <strong>de</strong> agua. Tris se encarama a una silla, estira su<br />

cuerpo como si fuera <strong>de</strong> goma, apoya levemente <strong>los</strong> pulpejos <strong>de</strong> las patas <strong>de</strong>lanteras<br />

sobre el marco <strong>de</strong> la ventana y, sacando una lengua muy larga, lame<br />

concienzudamente el vidrio húmedo. Bebe <strong>de</strong>l manantial efímero <strong>que</strong> le ofrece esta<br />

www.lectulandia.com - Página 54

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