Anuario 2018

Por Antonio “Lobo” Salinas Cervi
Vicepresidente CUB, socio CUB 2
Cuando los buzos se asoman a la impresionante
bahía de La Herradura, con el poderoso promontorio de
Cerro Gordo a poniente y los escarpados acantilados de
la Punta de la Mona a levante, pocos son conscientes de
la enorme tragedia sucedida en esas aguas hace casi medio
milenio. Nos sumergimos, maravillados por la biología de
este lugar, sin pensar en la historia agazapada en su fondo.
Es hora, buzos del CUB, de que vuestro lobo os cuente una
historia. Una historia de tragedia, pero también de descubrimiento
y ciencia que está por venir. Dejad que vuestra
imaginación os lleve al siglo XVI, con un mar repleto de peligros
pero también de oportunidades y aventura.
El Mediterráneo en
el siglo XVI
Para contextualizar nuestra historia debemos viajar
hasta un Mar Mediterráneo muy diferente en sus relaciones
al que tenemos ahora. En el siglo XVI, momento en el que
sucede nuestra historia, el Mediterráneo era un mar mucho
más peligroso que en la actualidad. España era por entonces
una potencia mundial y los piratas berberiscos de las
costas del norte de África pugnaban por conseguir nuestras
riquezas mediante asaltos y ataques a nuestras naves o
nuestra linea de costa, al tiempo que Turquía trataba de expandirse
controlando las principales lineas de abastecimiento.
El control del Mediterráneo era vital no solo desde
un punto de vista económico, sino entendiendo también que
el mar era la principal vía de comunicación del imperio y,
por tanto, debía ser protegido.
Cuando Felipe II llegó a la corona heredó esta situación
de su antecesor, el emperador Carlos V, y no solo
la entendió sino que la hizo suya. Por aquella época sembraba
el terror en nuestro mar un corsario turco llamado
Dragut por los marinos españoles y considerado un heroe
entre las filas turcas.
Turgut Reis, que así se llamaba el corsario, estaba
al frente de una importante flota de barcos de guerra y se
dedicaba a asaltar posiciones en la costa y atacar con encomiable
éxito a la flota cristiana. El mar Mediterráneo, por
tanto, no era un lugar seguro para el imperio español.
Pintura de José Ferré Claucel