LP mayo 2019

DIARIO DE VIAJE
PHOTOGRAPHS: PETER GRUNERT
SON BIEN CONOCIDOS LOS PELIGROS DE VISITAR LA
PIAZZA SAN MARCO DE VENECIA. Entre la luz dorada
reflejada desde la fachada de la basílica, corrés el
riesgo de que te metan un selfie stick en el ojo, ser
bautizado por una paloma o que te cobren una
fortuna por un plato de spaghetti alle vongole – si
primero no te pisoteó una horda de pasajeros salidos
de un crucero. Sin embargo, es fácil escaparle al
torbellino turístico que se encuentra en el medio de
la ciudad. Cuando la visité, me llevó 15 minutos
caminar hacia el norte.
Deambulando por Cannaregio, el barrio más popular
de Venecia, me sorprendió toda la vida local que
transcurría a su alrededor – por supuesto que la mayor
parte de la misma pasaba por el agua. La diversidad de
barcos refleja las necesidades de una ciudad que recibe
por lo menos 20 millones de visitantes por año, pero
que así y todo tiene su propio ritmo.
La calle donde vivo en Londres está rodeada de
Mini Coopers y VW Golfs; en Cannaregio, la mayoría
de las residencias privadas tienen pequeñas lanchas
de madera o de fibra de vidrio amarradas frente a
ellas, bautizadas con nombres que tienen un significado
personal para sus propietarios – como Tilly,
Oscar o Mamma Giuli. Desde el amanecer hasta la
noche, vuelan entre los mercados de comida, las
iglesias, oficinas, talleres y bares junto al canal
donde se sirven enormes platos de cicchetti (bar
snacks) junto con los aperitivos.
Al igual que en Londres, aquí también hay
vehículos de soporte esenciales: un barco ambulancia
avanza a toda velocidad haciendo sonar la sirena;
hay un barco basurero con una pila de residuos
malolientes; un barco fúnebre que lleva a su pasajero
en su último viaje por el agua. También hay lanchas
de policía, colectivas y taxis y, también en cantidad,
las barcas de los constructores, con la palabra
“costruzione” pintada en la proa. Los trabajadores de
la construcción están muy ocupados en mantener los
trabajos de yesería, los mosaicos y los basamentos
que se van hundiendo en la sorprendente cantidad de
fabulosos edificios de los siglos XIV al XVII.
Estuve en Venecia con mi esposa, Sharmila, y
nuestra hija de seis años, Savithri, y por supuesto, no
podíamos volvernos a casa sin primero haber subido a
una góndola. Evitando pagar la tarifa mínima de €80
por 40 minutos en una góndola turística oficialmente
registrada, gastamos €2 cada uno para subirnos a un
traghetto. Estas simples góndolas-ferry son las
preferidas por los locales para viajar rápidamente
entre sectores del Grand Canal que se encuentran
alejados entre los puentes – la idea de que los pasajeros
adultos van de pie durante todo el trayecto no hizo
más que agregarle emoción a nuestro viaje.
Esta fue la segunda visita a Venecia que hizo nuestro
editor del grupo. A pesar de varios aperitivos, siempre se
mantuvo en pie.
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