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No es la Corte de los<br />
Milagros, pero es la jaula<br />
de los Posibles<br />
cartas correctas: “Como era muy tímido, le dije que<br />
aquí las cosas eran simples: cuando llegas saludas al<br />
coach, le das la mano a todos, los ves a los ojos. Poco<br />
a poco, se creó la confianza, llegó a ser uno de los<br />
mejores, ganó seguridad, despertó física y psicológicamente.<br />
Sus padres, que estaban en contra del box,<br />
vieron a su hijo cambiar gracias a nosotros, ganó<br />
algunos combates…Cada año me envía mensajes<br />
para agradecerme. Hoy tiene 20 años, una novia,<br />
una vida normal”.<br />
perder sus carreras”. Cada falta se hace saber a otros<br />
clubes que podrían recibirlos. El trabajo de educación<br />
llega muy profundo. “Aquí les exigimos un récord<br />
limpio a los mayores. Todos los coaches son pacifistas<br />
y la filosofía podría resumirse en esta máxima: el<br />
combate que no sucede fuera del club es un combate<br />
ganado. Gracias a mi trabajo de guardaespaldas<br />
soy capaz de identificar las zonas problemáticas,<br />
les enseño a sentir el peligro, a esquivarlo. Actuar<br />
bien es separar a los que se pelean, utilizando su<br />
entrenamiento de manera positiva”.<br />
Entre los estudiantes que se formaron aquí está<br />
también Steven, joven autista de quien los otros<br />
adolescentes se burlaban al principio. “Dije: el primero<br />
que lo moleste será expulsado, todos lo vamos<br />
a ayudar como podamos, y en dos años vamos a estar<br />
todos orgullosos de haber hecho algo por él”. Para<br />
ayudar a Steven, Vincent le dio inmediatamente las<br />
Dentro de este Light Club donde la brutalidad<br />
no tiene derecho de piso, hay también una<br />
luz, un faro. Adola Fofana. Ciego desde su<br />
época de estudiante, sonrisa pacífica, lentes<br />
oscuros. Acaba de entrar, como todas las tardes<br />
de entrenamiento cuando llega directamente de su<br />
oficina de abogado en Ginebra. Doblando su bastón<br />
plegable blanco, el peso pesado bromea: “El trayecto<br />
más largo del peleador es para llegar al gimnasio:<br />
¡Una hora 20 de transporte! Vivo en Lausana”.<br />
Vincent designa a un estudiante para ayudar a<br />
Adola en sus desplazamientos. Se pone una venda,<br />
porque pelear con los lentes es complicado. La venda<br />
es mucho más cómoda. Vincent es el único que<br />
ha visto sus ojos.<br />
Al principio, el entrenador los cerraba para sentir<br />
las cosas. “Pero como los abría instintivamente<br />
empezamos a pelear a oscuras. Era muy difícil, me<br />
dio bastantes golpes…”. Adola practicaba krav maga,<br />
con un bajo nivel marcial. En siete años, Vincent<br />
le ha enseñado a boxear, y se admira del hombre.<br />
“Hace competencias interclubes y sparrings (combates<br />
donde los golpes se practican sin hacer contacto<br />
total), verdaderamente no es frágil, lo hacemos<br />
entrenar con todo el mundo…”. Adola mantiene la<br />
guardia para proteger sus puntos vitales, mandíbula,<br />
plexo, hígado. “Mis referencias son esencialmente<br />
sonoras, explica. En la calle estoy acostumbrado<br />
a filtrar los sonidos. También tengo una memoria<br />
espacial bastante desarrollada. Igual que el tacto”.<br />
Adola, con muy buen humor, recuerda sus<br />
encuentros con el mobiliario urbano, a veces con<br />
más sangre que un uppercut. Se ríe de la dificultad.<br />
Sus razones parecen las de un hombre que puede<br />
ver. “Saber que puedo descargar todas las tensiones<br />
acumuladas durante la semana es la razón principal<br />
para venir aquí. Si he avanzado rápidamente, gracias<br />
a Vincent, ¡es porque es muy desagradable que te<br />
peguen en la cara! Hemos desarrollado un estilo<br />
personal para mí: visualizo muy bien las cosas,<br />
mido la distancia con mis adversarios. A partir del<br />
momento en que sé dónde está la persona, ya no es<br />
desventaja el no ver. Una vez que lo encuentro, soy<br />
un boxeador normal”.<br />
THE RED BULLETIN 39