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GONZÁLEZ LAGIER-Emociones sin sentimentalismo

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Guillermo Lariguet

nuestra vida moral, silenciando a la voluptuosidad (entendida

como la guía del placer-dolor) como un enemigo a combatir.

Olvidando, así, que los bienes más importantes de los que se

vale Epicuro son “espirituales”. Esta línea de pensamiento que

arranca con Epicuro, transita por Lucrecio, se modula con

Bayle, encuentra cristalización en la filosofía moral utilitarista

moderna, tal como es articulada explícitamente por John Stuart

Mill cuando, en su crítica al utilitarismo de Bentham, sostiene

que hay placeres elevados. Esos placeres elevados, en Bayle,

serán el cultivo del goce de Dios, mientras que en Mill, serán

los placeres supremos del goce de la bondad moral y la apreciación

de la belleza. Ideas, estas dos, que impregnan Principia

Ethica de George E. Moore. Podría seguir con mi historia

“ondulante”, y algo zigzagueante de las emociones, pero no es

mi cometido ahora ser un cumplido Quentin Skinner o John

Pocock del concepto emoción.

He dicho que la emoción tampoco es patrimonio exclusivo

de la filosofía analítica. La historia filosófica de la temática no

arranca, como insinué párrafos atrás, con artículos como “Emotions”

de Errol Bedford (1956-1957, pp. 281-304) o con libros

como Action, emotion, and will de Anthony Kenny (1963). Es

más, y siendo del mismo gremio, pienso que algunos “buenos”

filósofos analíticos, en ocasiones, pueden ser “malos filósofos”.

No me trago esa idea según la cual la filosofía analítica puede

ignorar olímpicamente la historia de la filosofía. Me parece que

hay un riesgo considerable que debemos conjurar al ignorar la

historia de la disciplina, riesgo que ya fuera denunciado, con

relación a la ética, nada menos, que por Alasdair MacIntyre

en su Ética de la virtud.

La mención a la virtud no es casual aquí pues, como se

verá luego, Daniel también echa mano de la llamada ética

“aristotélica” de la virtud para vincularla con las emociones.

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