Edición No. 4 Revista Oopart: Terror

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26 nada. Sin embargo, algún tonto empecinamiento me hizo buscar por última vez en todos los bolsillos y el frío de esa bendita pieza de metal me causó gran felicidad. quemándome de espanto y asco. Al volver la mirada sobre la mujer, la vi retrocediendo con prisa, con una expresión preocupada y alterada. Un hombre me lanzó una patada que me hizo gritar histéricamente. Por fortuna abrieron las puertas, al salir con ansiedad, sin saber por qué, comencé a correr y escuchaba abucheos del interior de aquel maldito vehículo. Errante, con las piernas fatigadas y fastidiado de mí mismo llegué a mi casa. Allí tuve un susto terrible al esculcar en todos mis bolsillos y no hallar mis llaves. Eso desató aún más mi malestar y como desahogo le pegué a puerta tantas veces que los vecinos alrededor gritaban y se mofaban de mí suponiendo que estaba borracho, de repente al atestar el último golpe sentí un corrientazo recorriendo desde mi nudillo hasta mi codo, caí de rodillas, estuve un momento ahí, de mi cabello y mi rostro emanaba mucho sudor y pensaba en lo vergonzoso que sería que algún idiota quisiera ayudarme, pensaba en mi aspecto, en mi olor y en mi dolor. Recordé que usualmente tenía un bolsillo por el revés de la camisa, al intentar buscar con mi mano derecha, el dolor hizo que cambiara a la izquierda; incómodamente revisé por doquier pero no hallé Al abrir la puerta, encendí la luz de la sala, me senté allí, cerré los ojos y comencé a morderme los labios hasta que el dolor me lo permitiera, me percaté por el viento que sopló a través de la puerta abierta, que nunca la había cerrado, la empujé con el pie y me dirigí hacía la cama. Mientras caminaba, escuché algo en la habitación contigua a la mía, toda clase de pensamientos vinieron a mi cabeza, pero la única certeza que tenía era que no podía defenderme dado el malestar de mi brazo. La curiosidad me llevó a arrojar un zapato en medio de la oscuridad, en caso tal de escuchar algo saldría corriendo. Agucé mi odio y efectivamente sentía el leve movimiento de algo o alguien. Contrario a lo que me indicaba la prudencia, me aproximé poco a poco al lugar donde sentía aquella presencia y en cada paso me persuadía de que no podía estar equivocado. Mi corazón exaltado me conducía entre el tenebroso corredor. Caminaba a tientas para no producir ningún sonido y así percibir cualquier otro. Escuché la respiración entrecortada del ser que estaba a punto de descubrir y abruptamente percibí un sonido desconocido, parecía el sigilo de un gato enfermo o una bestia que tiritaba expectante. Entonces encendí la luz del corredor que me llevaba a aquella habitación. Sin aviso alguno, de las tinieblas emergió una extremidad que atestó un golpe sobre mi rostro, el cual me provocó la misma sensación que cuando iba con mi padre al bosque, ya que apenas podía respirar en esa atmosfera tibia y húmeda. Me sentía fatigado, ligero y en medio de
27 mi divagación recibí otro golpe sobre mi hombro derecho, éste me hizo padecer una punzada insoportable, ahora sentía como si hubiera saboreado una bocanada de vinagre que me hacía irrespirable el aire. Me sentía hirviendo, dentro de mi cuerpo tembloroso crecía una fiebre infernal a causa de la sangre a punto de rebosar por cada poro. Al despertar, sólo pude ver una luz que encandilaba mi vista, entrecerrando los ojos y con lágrimas rodando por los lados de mis mejillas, ya que me encontraba bocarriba, pude darme cuenta de que estaba en una habitación blanca e irresistiblemente iluminada. Al intentar moverme, mi cuerpo se veía privado, al principio me causó mucha histeria, no sabía qué me aprisionaba, con el tiempo descubrí que era una maldita camisa de fuerza. Ha pasado tanto tiempo desde entonces, no sé dónde estoy y sólo sé que se me mantiene con vida. Desde entonces, he abandonado toda esperanza de salir de aquí, porque y entre otras cosas, me siento mucho mejor, pese que al despertar me siento exaltado como la primera vez y sin darme cuenta tengo los músculos tensos y la mandíbula adolorida. Luego de perder la noción del tiempo y de marearme por el enceguecedor cuarto en el que duermo y despierto, me he planteado que no me queda otro remedio para no perder la cordura que contar una y otra vez la misma historia en mi mente: “¿Qué es mi sonrisa?” “¿Qué es mi sonrisa?” “Hay asuntos más importantes que la imagen que proyectamos o su correspondiente recepción”.
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