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5to Encuentro de Investigadores de Arqueologia y Etnohistoria

por el Instituto de Cultura Puertorriquena

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Sin embargo, se presenta un vacío historiográfico de cierto peso al trasladar los estudios

desde las plantaciones y haciendas esclavistas, hacia las secretas y ocultas aldeas levantadas

por comunidades de africanos y sus descendientes nacidos en América (quilombos o

palenques); a pesar de que éstas, como espacios de la resistencia esclava activa, caracterizan

en esencia, el espacio de los marginales en buena parte de las sociedades caribeñas.

Incluso, en los países de América en los que la resistencia esclava y las comunidades

que ella generó sólo son parte de su historia, por haber desaparecido como entidades y

no haber quedado descendientes como los que aún pugnan por el reconocimiento de su

legitimidad, se carece de respuestas adecuadas acerca de las condiciones de subsistencia,

de los componentes de la cultura material y de la vida cotidiana.

Casos excepcionales resultan los de Brasil, Colombia, Jamaica y Surinam, lugares en los

que todavía es posible dialogar con los descendientes de aquellas comunidades marginadas

o poner sobre el tapete los derechos de sus descendientes como divulgara recientemente

The New York Times el 23 de enero de 2001, sobre la comunidad del Mangal do Barro

Vermelho, en Brasil (Rohter, 2001). En este terreno se destacan los trabajos antropológicos

de Bárbara Kopytoff sobre Jamaica (1975) y Richard Price sobre Surinam (1975), dentro

de un reducido grupo de historiadores y antropólogos que han ofrecido una visión acerca

de las estructuras sociales, el parentesco, el linaje, la residencia y el imaginario colectivo en

aquellas comunidades y sus pobladores.

Sin embargo, por constituir estudios basados en “fuentes vivas”, no brindan la posibilidad

de su generalización en muchos otros territorios del Caribe, en las que aquellas

comunidades y sus descendientes desaparecieron en el proceso de integración de las

sociedades americanas.

Empero, las características administrativas de la corona española en América determinaron

la existencia de una abundante documentación en la que, en las últimas décadas,

numerosos historiadores y antropólogos han hurgado en busca de respuestas a estas

cuestiones.

En el caso de Cuba, la mayor de las Antillas, la economía de plantación esclavista alcanzó

su mayor desarrollo entre 1790 y 1860, fue uno de los últimos bastiones de la esclavitud y

del colonialismo en el continente. Por ello, se atesoran en sus archivos miles de documentos

que permiten penetrar en el proceso histórico por el que atravesó la esclavitud del

africano y sus descendientes en la isla, así como estudiar las diferentes vías por las cuales

éste expresó su inconformidad, ya fuera de forma abierta o directa mediante la conspiración

o la rebelión, o en forma de resistencia, con el apalencamiento, el cimarronaje individual o

en grupos, e inclusive de manera pasiva como lo fueron el aborto, el suicidio, la ruptura de

equipos y la resistencia al trabajo, entre otras.

Pero sucede que esta documentación puede ilustrar acerca de la frecuencia de las

fugas, de los lugares que sirvieron de refugio o asentamiento, del número de habitantes

que tenían, los tipos de cultivos, número de viviendas; pero nada ilustra acerca de la vida

cotidiana de estas comunidades. La misma no brinda la posibilidad de acceder al conocimiento

de la cultura material, a través de la cual se expresan las raíces africanas y el proceso

de transculturación 3 que debió producirse como reflejo de las variaciones ocurridas en la

vida, conducta, conocimientos y hábitos de los grupos esclavizados como consecuencia de

su introducción en los territorios americanos.

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