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Rock Bottom Magazine Numero 13 Noviembre 2019

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Aquel detalle, en mis comienzos como

seguidor de la banda, me hizo ver pronto que

estaba delante de algo más que unos músicos.

Pink Floyd era un compendio de sensaciones

que trascendían lo que se podía escuchar en

los surcos de sus discos. Y aunque lleve más

de treinta años buceando entre sus trabajos

y haya leído un buen puñado de biografías,

investigando el sentido de sus portadas, el

montaje de sus giras, el exquisito diseño del

material promocional, etcétera… siempre me

queda la misma sensación que tuve aquella

iniciática tarde en la que contemplaba la

postal mientras en mi plato sonaba “Shine on

you crazy diamond”; el estar delante de un

mundo completamente inabarcable, un lujoso

festín casi infinito que tardaría años en poder

degustar, entender, asimilar. Así son los Floyd,

tan grandes que cuesta trabajo definirlos.

Esta exposición, por tanto, venía a facilitar

las cosas en cierto modo, porque pone en

perspectiva de una manera muy pedagógica

ese totum revolutum que es el mundo

floydiano. Concebida de manera cronológica,

la expo propone visitar cientos de metros

cuadrados en una muestra exhaustiva en la

que la imagen predomina sobre la música.

Armado el visitante con un set de auriculares

mágicos (lo que emiten va dependiendo del

punto en el que te encuentres), el recorrido

comienza lógicamente con la génesis de

la banda, los primeros tiempos en los que

aun eran unos perfectos teenagers ingleses

que ya desde esos tiempos tuvieron claro

dedicarse a algo más que interpretar música.

Cada disco representa un escalón en la

evolución de la banda y ya desde los primeros

escaparates que presenciamos podemos

contemplar los artificios, ropajes y tecnología

que acompañaron a los Floyd en su camino.

Así, el crecimiento de la banda desde esos

comienzos sesenteros hasta llegar a su estatus

de gigantes del rock sinfónico a mediados de

los setenta, se muestra de manera progresiva

mientras vamos contemplando todo tipo de

instrumentos, arte, material audiovisual y

demás elementos que van conformando un

recorrido que puede llevarte un buen rato en

asimilar.

A lo largo del recorrido vamos presenciando

además varios documentales que nos van

introduciendo en el universo artístico de la

banda, desde la composición de temas, hasta

la creación de clips para sus redondeados

videowalls. Asistimos igualmente a salas

con grandes murales en los que poder

observar con todo detalle el artwork de cada

disco; incluso tendremos la oportunidad de

manejar una mesa de mezclas en la que

podemos emular a Alan Parson, creando

nuestra propia mezcla de “Money”. Podemos

ver también los muñecos de la gira de “The

Wall”, los cerdos de “Animals”, el avión o las

camas de “A momentary lapse of reason”, la

figura militar en un jardín de rosas de “The

final cut”, o las figuras sin rostro trajeadas y

cubiertas de bombillas de “Delicate sound of

thunder”. Manuscritos, guitarras, drumsticks,

entradas de conciertos y un largo etcétera

de objetos completan un recorrido que es un

fascinante viaje cuyo colofón nos lleva a una

enorme sala de proyección en la que podemos

contemplar el clip original de “Arnold Layne”

y la interpretación de “Comfortably numb”

de la reunión de 2005 (yo hubiera incluido

también el “Echoes” grabado en Pompeya,

personalmente creo que es el momento

definitivo en su evolución desde la psicodelia

al rock progresivo).

En definitiva, una excepcional muestra cuya

principal virtud es destacar la inigualable

relevancia de una banda única, cuya

magnitud está por encima de cualquier

otra en cuanto a relevancia artística.

Estad atentos al próximo destino de la

exposición, si aun no la habéis disfrutado.

No lo dudéis, es una experiencia única.

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