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I Concurso de Textos Canarios

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I <strong>Concurso</strong> <strong>de</strong> <strong>Textos</strong> <strong>Canarios</strong>GarafíaM. Cruz Vilar RuizLos suspiros corrían entre los bancos vacíos. Un rayo <strong>de</strong> luz atravesaba el cristal <strong>de</strong>l únicoventanillo <strong>de</strong> la estancia que, a esta hora <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, dormía mecida en el olor a hierba ybrisas marinas que se colaban por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la puerta.La iglesia, pequeña, increíblemente pequeña, se comprimía cada vez que el santoresoplaba lamentándose, escondido en aquel apartado lugar <strong>de</strong> la tierra. Soledad <strong>de</strong> siglosque a ratos compartía con Julián, su último santero. No era una queja, pero bien le pudotocar en gracia otro rincón más concurrido; allí, salvo en Feria, no se perdía nadie y, aveces, la eternidad se le hacía eterna entre aquellas cuatro pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> gruesos murosencaladas. Ni flores frescas, ni velas, ni rezos, ni fieles a los que socorrer. Nada. Sóloaburrimiento. No había con quién conversar, salvo la yegua y el hombre que, sobrado <strong>de</strong>años, no siempre le hacía la visita diaria que en otra época nunca le faltó.Se está apagando el último rayo que <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, y el gorgoteo <strong>de</strong> la lluviaen el tejado indica el cambio brusco <strong>de</strong>l tiempo y la llegada <strong>de</strong> la noche. Y, otra vez, elcaminar <strong>de</strong> las horas y el ciclo <strong>de</strong> los días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Altar Mayor.Tampoco hoy vendrá Julián, que en un rato pasará con Cardosa <strong>de</strong> recogida sindarle las buenas noches con un Padrenuestro, ni le encen<strong>de</strong>rá una lamparilla en la quedistraerse mientras se consume la cera, soñando con gran<strong>de</strong>s cirios y plegarias. Pero no esel caso, no, a él le ha tocado ser santo <strong>de</strong> aquel escondido lugar, perdido en las montañasfrondosas <strong>de</strong> la Isla, y no es propio <strong>de</strong> su santidad el no conformarse.La lluvia arrecia. A lo lejos, con paso quieto que no acelera el agua, un hombre ysu caballo vienen <strong>de</strong> recogida. Las nubes han bajado <strong>de</strong> las montañas y se cuelan entrelos castaños vestidos <strong>de</strong> otoño, entre los pinos, y el bosque se convierte a esa hora en unlugar irreal, sólo creíble en el mundo <strong>de</strong> los sueños, <strong>de</strong> los cuentos, don<strong>de</strong> nada ni nadiees imposible.Julián se ha puesto una manta raída sobre los hombros para protegerse, caminalento, apurando un cigarro que le endurece aún más el rostro ajado con barba <strong>de</strong> días. Suandar se acomoda al paso <strong>de</strong>l animal que contrasta en juventud con el viejo. La yegua,parda, <strong>de</strong> mirar humano, es la única compañía <strong>de</strong>l hombre que, pasando los ochenta, sigueviviendo don<strong>de</strong> siempre estuvo, sin Fermina, que murió hace ya mucho.A la vez, estiran las orejas al oír lejano, pero certero, el ruido <strong>de</strong>l motor <strong>de</strong> uncoche que se aproxima por el <strong>de</strong>sdibujado sen<strong>de</strong>ro. El auto se para ante la ermita y unamujer camina hacia ellos. La niebla borra los caminos a esa hora <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> con la luz yavencida, y hacen el mirar engañoso. Todos se extrañan <strong>de</strong> todos.La recién llegada confirma su extravío; el animal se acerca y fija sus distantes67

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