La propiedad - Terciopelo
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Capítulo tres<br />
L a puerta de la torre que se elevaba con un sólido esplendor<br />
sobre el río Brent se abrió cuando William se acercó, lo que<br />
contribuyó a reforzar en él la impresión de que estaba en casa.<br />
En el futuro, intercambiaría cuatro palabras con el hombre que<br />
se encargaba de vigilar la puerta, ya que era una temeridad<br />
extrema abrir Greneforde a un caballero no identificado y a su<br />
comitiva, aunque sus hombres todavía estuvieran bastante<br />
rezagados. Incluso Rowland, que cabalgaba con él, había quedado<br />
atrás cuando William había fustigado a su caballo para<br />
que corriera más veloz que el viento a medida que se acercaba<br />
a Greneforde.<br />
William entró al galope en la explanada, y una vez dentro,<br />
frenó en seco el caballo, y por primera vez en numerosos días,<br />
el castillo de Greneforde dejó de ocupar sus pensamientos por<br />
completo. Quizá casarse no iba a ser una tarea tan ardua, después<br />
de todo.<br />
Ella permanecía de pie, sola. El viento le aplastaba la tela<br />
blanca de su vestido y jugueteaba con la capa de color marrón,<br />
que ondeaba sobre su espalda. Era una figura áurea y estilizada,<br />
como una llama singular. Su luminosa melena dorada le<br />
caía hasta las rodillas en unas gráciles trenzas rizadas. Tenía<br />
unos rasgos delicados, con una graciosa naricilla, unos labios<br />
no exageradamente carnosos, y una piel del color de la miel de<br />
azahar. En medio de aquel delicado brillo dorado, destacaban<br />
unos ojos castaños, que parecían casi negros con el contraste<br />
de su piel. Fue entonces cuando se fijó en la cicatriz que perfilaba<br />
la línea de una de sus cejas oscuras. Parecía muy reciente,<br />
a juzgar por el tono sonrosado en el centro. Poseía el aspecto<br />
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