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La propiedad - Terciopelo

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claudia dain<br />

de seda. Sólo esperaba que él no se diera cuenta del tremendo<br />

efecto seductor que le provocaban sus palabras, ya que no quería<br />

que le ganara el terreno tan rápidamente y con tanta contundencia.<br />

Girándose lentamente, Cathryn enfiló hacia las escaleras y<br />

después entró en la alcoba de su futuro esposo.<br />

<strong>La</strong> alcoba principal estaba ubicada justo encima del comedor,<br />

pero era la mitad de su tamaño. <strong>La</strong> estancia había sido<br />

dividida en el pasado en dos habitaciones: una, la del señor, y<br />

la adyacente, donde se hallaba el salón del castillo. Era una disposición<br />

inusual. Normalmente la alcoba del señor era una de<br />

las estancias más grandes y luminosas, ya que, aunque la torre<br />

fuera amplia, no solía sobrar el espacio. No obstante, a pesar<br />

de estar dividida, la alcoba seguía siendo espaciosa. Una enorme<br />

cama dominaba la habitación, cubierta por una colcha de<br />

un blanco níveo impecable que llegaba hasta el suelo, y aunque<br />

coronada con una estructura de dosel, no disponía de cortinas,<br />

pero eso tenía fácil arreglo. En el extremo más alejado<br />

de la alcoba se hallaba la chimenea, con un fuego que chisporroteaba<br />

y que disipaba la fría humedad de las paredes de<br />

piedra. Frente a la chimenea había un taburete tapizado y una<br />

vetusta banqueta bellamente cincelada y sin tapizar. En la pared<br />

opuesta, cerca de la entrada a la habitación cubierta por<br />

una cortina, destacaba un arcón de unas proporciones espectaculares<br />

decorado con unos llamativos relieves, y junto a él,<br />

una mesita con una jofaina y una vasija. William asintió para<br />

mostrar su aprobación respecto a la distribución; la alcoba era<br />

amplia, tenía todo lo necesario, y estaba limpia.<br />

Antes de que pudiera hablar, Cathryn retrocedió hacia la<br />

cortina que revestía la puerta de la alcoba; era una forma muy<br />

efectiva de frenar las corrientes de aire que se originaban con<br />

la fuerza de un torbellino en los angostos confines de la escalera<br />

de la torre. Dos hombres entraron en la estancia con una<br />

bañera de madera y la depositaron frente al fuego, asintiendo<br />

y llevándose las manos a la frente con una reverencia cuando<br />

pasaron delante del nuevo lord de Greneforde. Detrás de ellos<br />

se personó una hilera de sirvientes con cubos de agua, y empezaron<br />

a descargar la pesada carga en la bañera para acto se-<br />

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