revista ejército nº 816 abril 2009 - Portal de Cultura de Defensa ...

«niebla de la guerra» persistente
en todas las batallas desde
la Antigüedad 7 .
También fue en esta coyuntura
cuando el Departamento
de Defensa, que se hallaba en
plena edificación de los pilares
defensivos de la nación para la
posguerra fría, no solo tuvo en
consideración utilizar algunas
de las posibilidades que ofrecía
la RMA para resolver ciertos dilemas
estratégicos que debía
afrontar el país (como mantener
la estrategia de luchar en
dos conflictos regionales convencionales
simultáneamente,
con una estructura de fuerzas
sensiblemente menor a la mantenida
durante la Guerra Fría),
sino también empezó a plantearse
seriamente la existencia
de esta revolución que juzgaba
vital para conservar tanto la supremacía
militar como la hegemonía
política del país en el
nuevo milenio.
En el año 1996, la elite militar
adoptó formalmente la RMA
con la publicación de la Joint
Visión 2010, una hoja de ruta
conjunta en que no solo se reconocía
su existencia, sino
también se fijaban los pilares y
elementos definidores de esta
revolución para Estados Unidos
—donde el dominio de la
maniobra, la precisión en el
combate, la protección multidimensional
y la logística focalizada,
aglutinadas mediante la
superioridad en la información,
constituían los elementos necesarios
para triunfar en todos los
conflictos—, las capacidades
futuras de sus Fuerzas Armadas
y el camino para alcanzar
esta revolución que prometía
transformar el estilo de guerra
americano 8 .
Este trabajo permitió establecer
un enfoque conjunto sobre
los pilares y objetivos de la
RMA estadounidense, proporcionó
a los ejércitos unas líneas
maestras comunes pero lo
suficientemente vagas como
para que continuaran desarrollando
e implementando sus
planteamientos específicos y
sentó las bases para la aceptación
de la revolución en el ámbito
político, un hecho que se
produciría un año después.
Efectivamente, aunque los
tres ejércitos adoptaron los
principios establecidos por el
documento conjunto, articularon
de forma distinta la RMA
porque primaron lo específico
sobre lo conjunto, la amoldaron
a sus visiones de futuro particulares
y la emplearon como
arma política en las férreas luchas
internas por los recursos
y el poder.
En este sentido, la Fuerza
Aérea fue la primera y más férrea
partidaria de la revolución
por el importante papel que había
desempeñado en la Guerra
del Golfo, porque creía que era
la que mejor podía integrar las
nuevas tecnologías y por su
convencimiento en que la RMA
la convertiría en decisiva por sí
misma. En consecuencia, asumió
que las nuevas tecnologías
(plataformas furtivas, sistemas
C 4 ISTAR, municiones de precisión
y vehículos aéreos no-tri-
Seguridad y Defensa
pulados) y conceptos (operaciones
rápidas y decisivas, en
red y basadas en efectos) le
proporcionarían la plena superioridad
aerospacial, la habilidad
para observar, localizar,
designar y batir cualquier objetivo
con total precisión y en
cualquier punto del planeta, y
la capacidad para desplegar
globalmente las fuerzas terrestres
y sostenerlas durante largos
periodos de tiempo. Estos
planteamientos se han mante-
La Fuerza Aérea fue la primera y más
férrea partidaria de la revolución por el
importante papel que había
desempeñado en la Guerra del Golfo
nido prácticamente inalterables
hasta el día de hoy.
Por otro lado, la Armada inicialmente
se mostró reticente
en aceptar la existencia de esta
revolución que prometía convertir
en obsoleta su formidable
fuerza aeronaval y antisubmarina,
y acabar con uno de los pilares
del poder naval: la necesidad
de poseer grandes flotas
oceánicas para ejercer el control
de los mares. En consecuencia,
se aferró a sus tradicionales
cometidos mientras
reforzaba su vocación expedicionaria
y orientaba sus capacidades
existentes para operar
en la región litoral. Sin embargo,
cuando en 1998 el almirante
Arthur Cebrowski 9 sugirió
que la «guerra en red» (network
centric warfare) ―una forma
de luchar basada en las posibilidades
que ofrecía el
sistema de sistemas para permitir
que pequeñas fuerzas
REVISTA EJÉRCITO • N. 816 ABRIL • 2009 19