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PAGINA 26| PALABRA DE ARTISTAS<br />

Caballo sin titán<br />

Relato de 1974 donde se escond<strong>en</strong> algunas claves del <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro antes citado<br />

Por Jorge Di Paola<br />

Vi otra vez la tropilla y el caballo blanco, abajo, <strong>en</strong> el valle,<br />

pero lejos de esta colina. Los vi del lado de la cantera,<br />

cuando buscaba musgos <strong>en</strong>tre riscos: allí donde<br />

<strong>en</strong>contré la lagartija, al bajar hacia lo que fue Villa León. Sólo<br />

está la huella de los galpones y las casas, las marcas de los<br />

cimi<strong>en</strong>tos que desde arriba parec<strong>en</strong> una palabra mal impresa.<br />

Si trepo volveré a ver la zona, el pequeño valle y ese dibujo<br />

que han dejado el ladrillo y la piedra sobre el campo.<br />

El máuser me pesa después de trepar, pero no podía dejarlo<br />

al escaparme de la guardia. De todos modos, el t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te Giordanni<br />

me protegerá ¿o me confío demasiado y exagero mis<br />

v<strong>en</strong>tajas? ¿estoy haci<strong>en</strong>do la colimba o vuelvo a jugar como<br />

cuando <strong>en</strong> Junín iba a los bailes y provocaba a los compadres<br />

de Pueblo Nuevo, o los provocaba nada más que mi pres<strong>en</strong>cia<br />

y no mis bravatas?. Otra vez el caballo blanco, ahora junto<br />

a la tropilla del regimi<strong>en</strong>to pero no con ellos: un caballo al<br />

que los otros asedian y después le huy<strong>en</strong>. ¿Por qué? Un caballo<br />

<strong>en</strong>orme, blanco, de crines blancas y belfos babeantes. A<br />

la distancia no se trata tan sólo de un caballo blanco, de la tropilla<br />

de alazanes: es un desplazami<strong>en</strong>to del color canela atraído<br />

y repelido por el blanco, con sonido de cascos.<br />

Hay un soldado <strong>en</strong> la sierra, arriba, cerca. Mira hacia las rui -<br />

nas de la Villa de los canteristas, los que quizá destruyeron<br />

la piedra, con dinamita o dándole un pronunciado vaivén. Las<br />

historias que cu<strong>en</strong>tan <strong>en</strong> el pueblo sobre la caída no se resuelv<strong>en</strong>.<br />

Entonces: los anarquistas, la huelga, la furia y luego<br />

el derrumbe del peñasco que palpitaba l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. ¿O el roce<br />

lo desgastaba, milímetros por mil<strong>en</strong>io? El movimi<strong>en</strong>to de<br />

piedra perdura <strong>en</strong> la memoria y es <strong>en</strong> la memoria donde oscila.<br />

En 1912, ya rota y <strong>en</strong> reposo siguió agitándose <strong>en</strong> las palabras<br />

de las g<strong>en</strong>tes y acaso hasta <strong>en</strong> los sueños, y sigue todavía.<br />

Estoy cansado de su imag<strong>en</strong> de pirámide tosca <strong>en</strong> las<br />

tarjetas, <strong>en</strong> los dibujos, <strong>en</strong> las fotografías, <strong>en</strong> íconos de yeso<br />

pintado, tal vez íconos de un ícono.<br />

Los que aquí nacieron, nacieron <strong>en</strong> un lugar marcado: un santuario<br />

donde se v<strong>en</strong>era lo inerte y se recuerda su movimi<strong>en</strong>to<br />

y su ley<strong>en</strong>da. Se hund<strong>en</strong> <strong>en</strong> ese fango de v<strong>en</strong>eración de una<br />

aus<strong>en</strong>cia, sin dejar de mirar hacia la altura vacía de ese cerro,<br />

que la <strong>en</strong>soñación completa.<br />

El estudiante quiere que caiga también ese espectro, repetir<br />

con la memoria lo que ocurrió con la roca.<br />

Hace días que el caballo, inquieto, ronda la tropilla de alazanes<br />

del regimi<strong>en</strong>to: los que se escapan a lo que fue el desierto<br />

y pastan lejos del campo de polo. Otra vez <strong>en</strong>contré cerca<br />

de aquí un fusil oxidado, un viejo Remington, y un cráneo<br />

blanco, calcáreo. Quisiera re<strong>en</strong>contrar el cráneo. El soldado<br />

está con su máuser ¿escapó de la guardia?.<br />

Allí hay un muchacho. Parece de mi altura, algo más bajo, qui -<br />

zá, salta bi<strong>en</strong> de piedra <strong>en</strong> piedra. Ti<strong>en</strong>e unos libros, o cuadernos,<br />

y el guardapolvo: se si<strong>en</strong>ta, lee, se distrae. Mira. Acá no<br />

<strong>en</strong>contrará a nadie, ni lo <strong>en</strong>contrarán. A veces se conc<strong>en</strong>tra <strong>en</strong><br />

el Valle, int<strong>en</strong>ta ver algo donde estaba la Villa. Cuando levanta<br />

los ojos y mira hacia donde yo miro, debemos ver los dos,<br />

acorralado, saltando y girando <strong>en</strong> círculo, al caballo blanco y<br />

<strong>en</strong>orme. Levanté la vista, miré hacia atrás y vi que el soldado<br />

me miraba. Vi que dejó el mauser sobre una piedra, que se<br />

sacó los borceguíes. Me gustaría acercarme y decirle que me<br />

dejara tirar. Pero no me animo, capaz que él toma la iniciativa.<br />

A lo lejos vuelve a aparecer la torpilla, <strong>en</strong>cabezada por el<br />

caballo o el caballo perseguido por la tropilla. Fogoso, loco,<br />

pura fuerza. ¿Quién podría montarlo?. Me gustaría montar<br />

ese caballo, con la lanza que usamos <strong>en</strong> algunas maniobras,<br />

y avanzar.<br />

No me atrevería a montarlo. A lo mejor Daglio, el de 5°C, que<br />

mide casi dos metros, podría hacerlo, por sus piernas largas.<br />

Y, sobre el caballo, parecería chico. Pero Daglio es cobarde,<br />

no se anima a hacerse la rata acá, conmigo –por los barr<strong>en</strong>os,<br />

¿sabés?- dice, y dic<strong>en</strong> que a veces sigu<strong>en</strong> sacando piedras,<br />

¿quiénes?, aunque esta cantera está abandonada.<br />

Oigo un ruido como si tallaran la roca, y otro más fuerte, como<br />

si la horadaran. El muchacho se levanta. Los dos lo oímos<br />

y el sonido nos une.<br />

-Vamos con los barr<strong>en</strong>os, la dinamita. Bajemos al pueblo.<br />

-Iré <strong>en</strong> ese caballo.<br />

-No, <strong>en</strong> ese caballo no.<br />

Titán se ríe <strong>en</strong> la cara de todos y son más de dosci<strong>en</strong>tos. Hace<br />

sisear la fusta <strong>en</strong> el aire y ahora todos se rí<strong>en</strong>.<br />

-Acá no hay domadores como yo.<br />

-Es demasiado grande y te digo que es un caballo loco. No<br />

sirve más que para girar <strong>en</strong> redondo.<br />

-¿Quién puede <strong>en</strong>cabrestarlo?<br />

-Yo –dice Titán-. Ustedes –y señala a siete hombres apartados-<br />

hasta la piedra. ¿Ya sab<strong>en</strong>, no?: es lo que más les va a<br />

doler.<br />

-No es fácil.<br />

-Nadie dice que es fácil. Es lo que más les va a doler.<br />

Creí oír el ruido de voces y tamporilleo de cascos, aunque<br />

ahora los caballos deb<strong>en</strong> estar del otro lado de la sierra, lejos,<br />

donde era el desierto y nunca se sembró, lugar de pajabravas<br />

y helechos y cactos a flor de tierra. Donde no hay marcas de<br />

casas destruídas, como acá. Deb<strong>en</strong> haber robado los ladrillos<br />

y las piedras, solo está el rostro de los cimi<strong>en</strong>tos, porque no<br />

crece el pasto. No t<strong>en</strong>dría que haberme traído el máuser. El<br />

t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te, que lee a Dostoyevsky, quiere hablarme, lo trastorna<br />

Iván Karamasov. “¿Puede haber un tipo así?. Dígame, soldado,<br />

vos que no sos un bruto”. “Sí”, le dije. Pi<strong>en</strong>so ¿puede haber<br />

un tipo como el t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te? Hay un tipo como el t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te, y<br />

eso es todo. Como Giordanni, que no quiere que le lustre las

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