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culpables, siempre más protegidos que las víctimas.<br />

Rosario Endrinal pocos segundos antes de ser atacada por Oriol y Ricard.<br />

El menor, quizá <strong>el</strong> más feroz de los agresores, no le dio opción a la adormilada mujer que<br />

se sintió conmovida por los ruegos d<strong>el</strong> pequeño <strong>para</strong> que le abriera <strong>el</strong> refugio, atrapada<br />

por los cantos de sirena de la supuesta inocencia. Los niñatos penetraron como una jauría<br />

de lobos, como una bandada de cuervos revoloteando sobre la carroña. Se trataba de<br />

ac<strong>el</strong>erar <strong>el</strong> pulso. La señora llevaba allí desde las diez de la noche, y entonces, de<br />

madrugada, <strong>el</strong>los habían tenido tiempo de afinar su propósito. Portaban un bidón de<br />

veinticinco litros de disolvente universal que en cuanto le prendieron fuego produjo una<br />

deflagración. La mujer ni siquiera pudo salir d<strong>el</strong> cajero. La tuvieron que apagar los<br />

bomberos y sacarla con ayuda de la policía.<br />

Nada que se refleje en las caritas de Ricard y Oriol, niños bien de la burguesía, reb<strong>el</strong>des<br />

sin causa, con <strong>el</strong> p<strong>el</strong>ito de media m<strong>el</strong>ena y las cazadoras rompedoras. El d<strong>el</strong>incuente<br />

infantil más protegido cargando con la bomba de disolvente. Tres chicos a los que les<br />

molestaba una señora en decadencia, que en otro tiempo fue aplaudida y admirada y que<br />

por avatares de su biografía se había convertido en uno de esos less-dead, o «menos<br />

muertos», que dicen los americanos. Una de esas víctimas d<strong>el</strong> ejecutivo agresivo que no<br />

solo se sostiene de su propio triunfo, sino que precisa <strong>el</strong> sufrimiento de los demás. Easton<br />

Ellis lo retrata muy bien hundiendo la navaja en <strong>el</strong> vientre d<strong>el</strong> hom<strong>el</strong>ess, precisamente<br />

después de sacar dinero de un cajero. Es <strong>el</strong> síndrome d<strong>el</strong> ricacho al que le molesta<br />

mientras conduce, prepotente, su Mercedes, que se le cruce alguien riendo a carcajadas<br />

en un Seiscientos. El antihéroe d<strong>el</strong> Psycho americano es un hombre hecho y derecho, en <strong>el</strong><br />

friso de los treinta, pero aquí hablamos de niñatos de 18, y menores de esa edad, que<br />

cuando salen a divertirse se obsesionan con los que duermen en la entrada de un garaje<br />

<strong>para</strong> freírlos, apalear los o reventarlos a puntapiés. Es un mal que se traslada de una a otra<br />

punta de la nación y que solo puede atribuirse a la flojera educativa, la confusión de<br />

valores y la <strong>el</strong>ección de la violencia como refugio de los reb<strong>el</strong>des sin causa.

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